Dejaba los zapatos en la ventana al atardecer; me decían que en la Nochebuena vendría el Viejito Pascuero (nuestra versión de Santa Claus) y dejaría allí los regalos. Después supe que eran los padres que dejaban los modestos obsequios que recibía en aquella fecha tan esperada. Por otra parte, si hoy pusiera los zapatos en la ventana, simplemente se los robarían mucho antes de la medianoche. Creía que las personas se casaban cuando se daban un abrazo; con el tiempo vi que toda clase de personas se abrazaban, lo cual hacía bastante improbable que el matrimonio se tratara de eso. Más tarde discurrí que casarse tenía algo que ver con dinero, porque oía a mis padres hablar del tema recurrentemente. Finalmente descubrí que el matrimonio era un asunto bastante complejo, a veces dulce, a veces agraz, y con iguales probabilidades de éxito y fracaso.

Al final del día, la vida no es lo que parecía a los cinco años. Semejante obviedad debería hacer inútil cualquier reflexión al respecto. Pero hago el intento de preguntar de dónde viene y cuál es el objeto de esa inocencia, esa credulidad, esa ingenuidad. ¿Por qué algún designio natural o providencial no nos confronta de inmediato con la dura materia de la existencia y nos ahorra semejante decepción? ¿No es cruel que tengamos que descubrir tarde o temprano que lo puro, lo permanente, lo precioso, lo mágico no es real y que vivir casi no admite espacio para la imaginación, la fantasía y la felicidad?

En alguna parte algo no anda bien. Todas las cosmovisiones inventadas por la gente intentan respondernos la cuestión. Pero lo cierto es que es tan extraño – me parece, atendidas todas las limitaciones de mi pensamiento – que siendo niños tengamos la facultad de concebir un universo tan lindo si toda la realidad que se nos viene encima con el tiempo se muestra brutalmente contraria a tal noción. Jacques Monod escribió: “Al hombre, en tanto hombre, nos apresuramos a decirle: ‘Buena suerte.’” Quería significar que existe la posibilidad de vivir una vida agradable, pero las opciones son tan escasas que lo único que nos queda esperar es que los números nos salgan favorables, como en el casino…

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