Explorar en concreto los asuntos y ahondar en sus consecuencias es una inclinación peligrosa. Hay la tentación de empezar a creerse el cuento y pontificar sobre las cosas echando mano a ideas y frases aprendidas hace mucho que tienen la engañosa apariencia de verdades permanentes.
Detesto ese estado. Por una cantidad bastante importante de tiempo he hablado en radio, escribí un par de libros, he garabateado columnas de periódicos y hablado en púlpitos y plataformas sobre una variedad aterradora de temas. Siempre es tentado uno por la idea de la maestría especialmente cuando la gente elogia los contenidos expuestos y, más peligrosamente, a la persona. Se hace necesaria una tregua. La vida es más compleja que esas definiciones que uno hace por encargo. No se definen en un par de semanas las cuestiones que han ocupado la mente y la letra de personajes harto más entendidos que uno.
No es raro que tenga esa sensación frustrante después de leer algunas de las cosas que escribo y que hablo. No se agregó nada nuevo, terminó banalizado algo mucho más profundo, se citó una frase que en lugar de resultar esclarecedora nada más reflejó que uno no entendió mucho a su autor.
La tregua. Regresar a la tierra, al río, al cerro, a las lavandas. Al olor del pan recién horneado y el café con leche. Alejarse del ruido infame de la ciudad. Desconocer los horarios y abominar de la forma de las instituciones y de las gentes organizadas. Hace unos días nos atrapó el ruido de la lluvia y lo escribimos tal como se nos vino encima. Nos acordamos de la tierra, de lo esencial, de las cosas más simples de las que procedemos y que olvidamos en el curso de nuestra estúpida búsqueda de no se qué.
Tal vez hace falta un enjuague con Neruda.

“Sucede que me canso de ser hombre.

Sucede que entro en las sastrerías y en los cines marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro navegando en un agua de origen y ceniza. El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.

Sólo quiero un descanso de piedras o de lana, sólo quiero no ver establecimientos ni jardines, ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores. Sucede que me canso de mis pies y mis uñas y mi pelo y mi sombra.


Sucede que me canso de ser hombre.”

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