¿Quién puede pensar una idea tan descabellada? ¿En que podría ayudar la intención de agredir a alguien?  Tal vez tengas la tentación de expresarte así sobre la idea editorial de hoy, y podría entenderte muy bien.

Contemplar  la posibilidad dar un golpe parece una acción más primitiva y anticuada que una civilizada.  ¿Será muy común en Latinoamérica el uso de los golpes para resolver conflictos? Y en otros extremos, ¿para establecer autoridad?  Es un secreto a voces la alta incidencia de violencia en todos los niveles de la sociedad, sin importar la clase intelectual o nivel económico de donde vengamos.  En el editorial anterior  titulado “Me voy a Matar”, presenté estadísticas muy alarmantes y vergonzosas de la violencia escolar en nuestras escuelas.  Según UNESCO, el 56% de los estudiantes encuestados del sexto grado habían sufrido algún tipo de violencia, sea física, verbal o un robo de sus pertenencias.  Es una epidemia sin aparente antídoto.  Se manifiesta como un germen o virus capaz de infectar el alma de quien la aplica como del que la recibe.  Se puede presenciar en los hogares, en los matrimonios, en las familias, en el gobierno, en las empresas, en los deportes, incluso en las estructuras eclesiásticas y comunitarias.

Aún recuerdo la bofetada que le propinó el padre de una estimada novia que tuve en mis años juveniles.  Fue impresionante.  Su respuesta fue más impactante y cito: “eso es para que me respetes como padre y nunca olvides que en esta casa mando yo”.  Uff, que espectáculo tan triste y humillante.  Eso y mucho más acontece día a día en el entorno de muchos que dicen ser educados y civilizados.

El tema ¡Un golpe te cambiará! pretende enviar un mensaje claro, preciso y directo.  ¿Realmente es necesario utilizar una cachetada, una patada, un puño, un empujo, un pellizco, un apretón de oreja, una mordida, los gritos, los insultos, o algo más allá de toda imaginación para resolver situaciones entre seres humanos?  ¿Hasta donde está permitida la conducta a base de golpes? ¿Existe algún límite para su aplicación? ¿Tiene un padre o madre que golpear para que su hijo o hija obedezca? ¿Debe un esposo o esposa usar la fuerza para reclamar respeto? ¿Es autoridad sinónimo de contacto físico violento? ¿Cuál sería la herramienta más apropiada para dictaminar la disciplina a implementar… una vara, una escoba, una correa, una sandalia, un cable, un libro, un sartén, un garrote?

Mientras existan eventos, actividades o comportamientos donde la violencia es cultural y popularmente aceptada,  jamás va a disminuir el alto porcentaje de uso bruto y brusco para conseguir consenso ante las diferencias de pensamientos y conceptos.  Demás está decir que deportes como el boxeo, la lucha libre, el karate, no son los responsables de inducir al ser humano a ser violentos.  Pueden influenciar pero no son el detonador para la explosión que impulsa el deseo de lastimar a otros.   La intención de abusar o maltratar a nuestro prójimo nace de un corazón enfermo y destruido por sucesos que nunca fueron resueltos.

Creo que justificar el abuso, el atropello, o el maltrato diluye el fundamento del sabio consejo en Proverbios 23:13.  La falta de respeto a nuestros semejantes desvalora y tergiversa la recomendación bíblica de este verso sagrado que establece lo siguiente aunque pueda resultar controversial: la disciplina a tiempo y apropiada ayuda a a sanar, corregir y hasta librar de la muerta a la persona indisciplinada.

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¡Lo mejor de la vida para ti y los tuyos!  

 

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