Lo mejor de mi futuro es que no lo conozco.” (Eduardo Galeano, El cazador de historias)

La gente tiene una inclinación natural a buscar indicios acerca de su futuro. Hay quienes consultan el horóscopo o las cartas, aquéllos buscan a los que leen las líneas de la mano, otros consultan su carta astral. Saber cómo será el futuro obsesiona a la mayoría de las personas. Aunque se supone que los cristianos confían en que sus vidas están en las manos de Dios, no son pocos los que buscan que algún profeta les declare algo sobre lo que les espera en los días venideros.
Galeano dice en otra parte del fragmento que cito: “Vivo, y sobrevivo, por curiosidad”. Relaciona la curiosidad con el entusiasmo de vivir. Si uno tuviera un conocimiento exacto de todo lo que le va a acontecer, me parece que quedaría destruido algo del encanto de la incertidumbre, de la magia de lo desconocido, del temblor de lo qué será. Incluso en el evento de que Dios tenga un plan para mi vida, como gustan los creyentes de decir todo el tiempo, estoy bastante inclinado a preferir descubrirlo día a día y no tener un mapa revelado de mi historia.
Mis dos únicas certidumbres – por lo que no necesitan conjetura alguna – son que nací y un día mi vida física se va a acabar. Hasta ese día – y después – todo es un camino por descubrir, un territorio por conocer, una vida que vivir. Entonces puedo orar en paz cada día porque no busco saber todo con exactitud sino invocar la misericordia, la bondad de Dios en lo que deba hacer hoy.
Prefiero no hacerme conjeturas sobre el mañana. Reconozco que padezco con frecuencia el síndrome del enfermo imaginario pero una visita oportuna al doctor y los resultados de los análisis se encargan de poner todo en orden. Espero que los acontecimientos vayan abriendo las páginas de la historia que me queda. He ido aprendiendo que cuando se espera con mucha intensidad algo bueno suele resultar que no lo es. Y otras veces, cuando pienso que todo va a salir mal, soy sorprendido por una cosa buena.
Es posible que desconocer lo que pasará y vivir en el misterio de lo por venir lo haga a uno más humilde, más humano, más frágil. Demasiadas certezas pueden volvernos no sólo intransigentes sino además orgullosos.
Aunque no sea más que una conjetura…

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