El tema de la libertad es recurrente en mi contacto con diferentes personas y grupos cristianos en conferencias, entrevistas y encuentros informales. Lo hemos abordado aquí ya varias veces y se me ocurre que una vez más se hace necesario.
Sigo observando con preocupación la dependencia que muchos cristianos tienen de la palabra de los líderes, orientadores y maestros. Desde consultas tan superficiales como si mi mascota se iría al cielo cuando muera hasta por quién debería votar en la próxima elección, las consultas y solicitudes de consejería tratan de asuntos sobre los cuales los cristianos deberían tener la luz de la palabra de Dios, bien leída y bien entendida.
¿Qué tiene esto que ver con la libertad? Mucho. Jesús resumió un tema ampliamente tratado en la Biblia de la siguiente forma: “Y conocerán la verdad y la verdad los hará verdaderamente libres.” El conocimiento de la verdad no solamente ofrece libertad respecto de los efectos del pecado o un pase seguro hacia el cielo; otorga un fundamento sólido para el discernimiento, el pensamiento crítico y para la toma de decisiones sin estar dependiendo continuamente de señales y consultas a los correspondientes gurús.
Así que por un lado tenemos que la mayoría de los creyentes no tiene acceso a esa libertad porque ignoran su fuente principal que es la Biblia. No me cansaré jamás de criticar a quienes declaran solemnemente que la Biblia es la palabra de Dios y jamás la han leído entera al menos varias veces. Impresentables excusas intentan justificar semejante negligencia pero resultan inútiles a la hora de la verdad.
Por otro lado resulta intrigante que quienes tienen la responsabilidad de dirigir al pueblo cristiano no instruyan a sus seguidores a obtener ese grado profundo de libertad en su pensamiento y en su quehacer diario. Es como si les conviniera que la gente siga dependiendo de ellos en todos los aspectos de la vida. Se me ocurre que es porque eso mantiene la vigencia y el financiamiento de la estructura institucional.
No hay nada que justifique que una persona cristiana que se supone tiene “la mente de Cristo” dependa continuamente de otras fuentes para sus decisiones, su equilibrio espiritual, su capacidad de establecer relaciones maduras con el dolor, con el mundo de los otros y con sus responsabilidades privadas y públicas.
Parafraseando a un antiguo jefe mío que elogiaba la realidad, diré: “No hay nada mejor que la libertad”.

(Este artículo ha sido escrito especialmente para CVCLAVOZ)

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