Lugares, aromas, emociones, episodios dramáticos, horas felices, descubrimientos azorados. Espasmos de la piel, la imaginación desbordada en alas de la lectura, los capítulos iniciales del amor (cuando uno todavía no sospecha su epílogo de agraz), el recuerdo del tiempo como imaginación. La reverberación del sol de la tarde que ilumina en los veranos el territorio inexplorado del aire, el misterio todavía inaccesible del futuro, el temblor de las primeras cosas que con los días devienen rutina y languidez insoportable.
Ya tantas veces lo hemos citado aquí: todo lo que termina, termina mal. Se me acaba de ocurrir que hasta la tan mentada “muerte por causas naturales” tiene su lado mal.
¿Con que soñamos? o mejor, ¿Por qué soñamos con lo imposible? Lo posible no invoca la belleza de la imaginación porque si ocurre es porque así tiene que ser. Lo imposible parece ser lo único que merece el dolor de la esperanza. Así, vivimos en medio del aire como las lámparas que cuelgan del techo, ni arriba ni abajo, o terminamos por resignarnos a la plomiza aridez de la chatura.
Alguien escribió – dice Umberto Eco en su Diario íntimo – que cuando estamos enamorados, amamos a toda el mundo. Qué sombrío panorama, pienso, para quienes nos exiliamos para siempre de esa desmesurada e ingenua condición. No nos queda más que caminar por las orillas y compadecernos – secretamente – de quienes todavía creen. Nos quedamos en los ensayos de sonrisas educadas, respuestas diplomáticas, dedicando el tiempo justo a las situaciones sociales para por fin retornar a nuestro cubil, al silencio, al discreto encanto de la privacidad.
Ayer vi la película Expiación deseo y pecado, en la que Briony Tallis vive la mayor parte de su vida signada por la culpa de haber destruido para siempre los anhelos de su hermana Cecilia y su enamorado Robbie. Pero en realidad lo que capturó mi mirada y que, supongo, inspiró esta nota gris, es ese gran fresco de fondo que describe la fragilidad de las cosas queridas a causa del hecho demencial de la guerra y de la muerte.
Hay días así. Los otros, se inventan…

(Este artículo ha sido especialmente escrito para la radio cristiana CVCLAVOZ)

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