El invierno se va metiendo de a poco en los huesos, que con los años adquieren una sensible fidelidad a sus humores de viento y humedad. Va tiñendo de gris el orden de los álamos y la silueta de los edificios. Adquiere a veces unas heladas y vaporosas tonalidades de rosa y blanco en el lento martirio del atardecer.

Va silenciando el entusiasmo y las ganas. Se dirige uno a esconderse bajo las cobijas más temprano porque el cuerpo ya no tiene las ocupaciones de la juventud y tampoco está interesado en ellas. Se sorprende uno de saber que hay gente que se quita la vida en primavera, cuando en realidad son estos días ateridos los que convocan a esas sombrías aspiraciones del ser desnudo.

Hubo una época en que la lluvia tenía un magnetismo salvaje para mis emprendimientos creativos, para mi prosa sensible; como que no era sólo la cara que me limpiaba su líquido discurso vertical, sino el alma misma, ya tocada por los remordimientos aprendidos y la conciencia de los rituales. La lluvia abría para mí la maravilla de los helechos y la bruma que coronaba los cerros de Licán Ray y sentía entonces que podía poseer lo que quisiera. Ahora nada más me moja los zapatos, me enfría los pies y me provoca romadizos y congestiones interminables.

Buscaba la caricia del frío, las notas del viento, el amparo del nubarrón llamándome a los límites de la fantasía, fuera en la estación de San José de la Mariquina o en la ribera del río Calle Calle. Era un camino de conquista para lo único, lo singular, lo independiente, lo lejano, libre al fin de conceptos, razones, equilibrios, compensaciones y correspondencias.

Entonces, que los años pasan olvidé y que el tiempo vuela recordé se hizo más que frase de canción. Devino toma de conciencia – había que abrigarse, había que reconocer el imperativo de la piel adelgazada y frágil, había que sucumbir ante la realidad de los huesos y de la carne marchita. Había que aceptar y no negar. Entonces el invierno fue perdiendo su magia y ahora no es más que el anuncio de ciertos estados febriles, de algunas sinusitis inoportunas y de recogerse temprano.

Pero jamás, absolutamente jamás la bolsa de agua caliente y los calzoncillos largos. Uno todavía retiene alguna dignidad…

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