¡Vamos todos!, dijo Picotto… Pero estaba solo.
Así suele decir un amigo cuando hay que responder a algún llamado o necesidad del momento. Un día le pregunté acerca de este dicho local. Me intrigaba por qué se agregaba que estaba solo. “Ese – me respondió con cierta picardía – es un misterio escondido desde antes de la fundación del mundo”. Pasó mucho tiempo hasta que me fuera revelado el enigma, bastante simple pero inesperado: nadie podía afirmar jamás que Picotto dijo lo que dijo por una sencilla razón: estaba solo (aunque si hubiese sobrevivido, capaz le hubiera contado a sus amigos en el bar que lo había dicho).
Yendo un poco más allá de la simpleza de este aforismo provinciano y superando lo anecdótico diría que tengo un afecto especial por Picotto. Lo veo abordando el asalto final a las naves imperiales o lanzándose a campo abierto contra la artillería del enemigo, creyendo de todo corazón que sus camaradas corrían con él y que les esperaba una victoria de épicas proporciones sólo para descubrir con horror – al volver la vista atrás – su soledad y su muerte inminente en el campo adversario.
Vamos todos, dijo, pero estaba solo.
Hay un momento inolvidable en la película “Corazón Valiente”, cuando Wallace se lanza al asalto de los ingleses y descubre que ninguno de los batallones de los Lords con los que se supone había hecho alianza se mueve de su lugar. Eran nada más él y su puñado de rebeldes frente a una ignominiosa derrota.
Hay confrontaciones que no serán jamás abordadas por todos. A veces ni por un grupo. Está escrito que sólo algunas mujeres y unos pocos hombres deberán hacerse cargo del peso de su tiempo y de las circunstancias presentes y saltar a la arena solos, por más deseos que tengan de gritar como el ingenuo Picotto: “¡Vamos todos!”
No. No van a ir todos. Hay posiciones de privilegio que cuidar. La comodidad de una casa confortable, un buen pasar y un futuro apacible son tesoros demasiado caros para arriesgarlos en aventuras sin destino. Hay compromisos políticos, alianzas secretas, pactos innumerables, contubernios invisibles que deben ser sostenidos, aún si eso significa el dolor, la miseria y la destrucción de lo poco bueno que queda en el mundo y la vida.
Así, algunas pocas personas seguirán el camino de Picotto y afrontarán la triste y necesaria misión de lanzarse al combate en infausta pero augusta soledad.

(Este artículo ha sido escrito especialmente para la radio cristiana CVCLAVOZ)

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