La joven me dice: “Quiero regalarle una fruta para el hombre (me presenta una pera y agrega): Es muy buena para la próstata”. Como este giro en la conversación sucede a un diálogo serio y sentido sobre la pertinencia del contenido radial en una sociedad en vertiginoso estado de flujo y transformación, me queda una duda sobre la naturaleza de este inesperado gesto.

Nos despedimos y les cuento a mis colegas lo que me acaba de pasar. Más allá de la anécdota, algunas de cuyas implicaciones nos arrancan más de una sonrisa, me pregunto sobre el significado de este pequeño episodio. Considerando que me encuentro hace rato en la edad en que un hombre debe hacerse anualmente un examen acucioso de dicha glándula, no puedo simplemente olvidar el incidente. Tal vez sea una advertencia providencial porque hace cuatro años que no visito a mi doctor para estos menesteres. O quizá un recordatorio de que los años pasan y que el tiempo vuela. Lo que creo, en realidad, es que fue una muestra repentina de afecto de parte de una persona que me agradece los conceptos vertidos en una conferencia que acabo de dar y a la cual ella ha asistido. La mención a la próstata queda para el misterio.

Las palabras ejercen sobre mí un influjo inmenso. Me cautivan, me sorprenden, me iluminan o me encierran en oscuros pasadizos. No puedo ignorarlas y por eso, a diferencia de cualquier otro señor que a lo mejor ni hubiera reparado en ese breve giro del habla, me quedo pensando en la pera.

Así es este espacio de opinión. Nos ocupamos de las profundas cuestiones del alma, reclamamos, protestamos, hacemos poesía y traemos a la vida mínimos episodios que nos explican como criaturas humanas, como participantes comunes de una naturaleza que no tiene nada que ver con etiquetas, creencias y fijaciones conceptuales. La vida en sus más grandes manifestaciones o en sus acontecimientos más chiquitos.

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