Declina el día. Un manto de nubes va cambiando de tonos hasta volverse un epílogo gris levemente anaranjado. La luz se debilita y muere. Refresca aquí en el campo. No importa cuánto calor hizo en el día, siempre refresca.

La mañana trae promesas y trajines. El día es una batalla – a veces gano, a veces pierdo, empato casi siempre. La tarde va silenciando palabras y esperanzas. Otorga una perspectiva temperada a mis jornadas de exilio. Aunque cada tanto me duele, me acostumbro a esta soledad crepuscular. Suelo fotografiar estas horas finales del día. Voy construyendo una suerte de memoria gráfica de este viaje vespertino.

Es que es así. A esta hora, el tiempo abre su libro mayor y me remite a mi propia tarde, a esta época donde suele la gente ensayar evaluaciones y balances; no sólo respecto de la limitada extensión de unos días o unos meses: también de jornadas distantes y distintas. Pero yo no hago tal. Me quedan viajes pendientes. Hay todavía tiempo para acertar y fracasar, para soñar y desesperar. La ocupación de la memoria es acrecentar el sentido del porvenir. Los recuerdos se me antojan especias que vienen a realzar el gusto de la existencia que me queda.

No busco “aprender de mis errores”. Voy a volver a cometerlos, es seguro. No leo el libro del tiempo para recriminarme. Ya tuve bastante con la culpa, ese verdugo feroz azuzado por los doctores del viejo canon. Cuando tuve que elegir, seguí mi corazón. Por los dolores que causé, pedí perdón. Pero no me voy a disculpar por haber vivido.

Habiendo andado ya por un buen rato, busco más bien en el ayer tesoros singulares. Lo que me hizo bien. Lo que me hizo mejor. Lo que no, ya tuvo su momento de vinagre. Me quedo con las rosas…

Así que al considerar el tiempo que se me otorga para vivir, espero encontrar las cosas que quiero ver, las emociones que anhelo sentir y por qué no, lo que aún deseo amar. Dice un poema de Neruda: “No crean que voy a morirme,/me pasa todo lo contrario,/sucede que voy a vivirme,/sucede que soy y sigo.” En lugar de ceder a la melancolía de la edad madura, elijo la dicha de ser y seguir. Lo intento al menos.

Después de la tarde, la oscuridad desliza su manto de terciopelo sobre el estrecho territorio de mis huesos. En ese preciso momento, sonrío al recordar que la noche es joven.

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