La alegría ya viene, decía la canción. Entonces dijimos que no. Y soñamos con otro mañana. Creímos que un mundo distinto era posible. Al menos, otro país. Al día siguiente, salimos a la calle, hicimos rondas de niños, nos abrazamos con los policías. Era, de nuevo, la primavera de la patria.

La oscuridad y el silencio impuesto quedarían atrás. La justicia sería la justicia y no la justicia posible. Los pobres no iban a seguir esperando como nos había urgido el Santo Padre. Habría espacio para todos porque aquí no sobraría más nadie. Iríamos a las urnas libremente y en las papeletas estamparíamos nuestras ilusiones con una pequeña rayita vertical. Se abrirían las grandes alamedas y serían transitadas por el hombre libre, porque la historia es nuestra y la hacen los pueblos.

Los que estaban lejos volverían a casa. En fin, los antiguos combatientes de la resistencia hablarían con libertad en las grandes asambleas y nos llevarían hacia los territorios de la paz, la justicia, el pan y el techo para todos.

(Tarde nos dimos cuenta que terminarían vistiendo trajes Armani, conduciendo sus veloces BMWs hacia sus ilustres empleos en organizaciones internaciones y grandes universidades y que al atardecer, después de un saludable partido de squash en un exclusivo club de campo, irían a cenar con sus flamantes nuevas parejas al restaurant de moda).

En fin, recuperamos la democracia con sus pocas y significativas virtudes y sus enormes defectos. Nos organizamos para la esperanza. Nos concertamos para construir un futuro distinto. La noche quedaba atrás y la luz nos señalaría el camino.

La alegría fue renuente sin embargo a desplegar sus alas blancas. Nos regaló, a veces, su rostro luminoso con algunas victorias parciales. Todo cambió un poco y, de un modo u otro, las cosas siguieron igual. Las viejas prácticas de los políticos profesionales recompusieron el status quo y las cosas se fueron arreglando finalmente en comisiones y reuniones privadas en la casa de importantes señores con contactos a alto nivel con los dueños del país. La esperanza que teníamos en la nueva generación de dirigentes se derrumbó cuando supimos que la plata había contaminado todo: jóvenes y viejos juntamente habían recibido importantes giros para financiar los artilugios de la democracia.

La alegría, tímida como es ella, se quedó por los rincones. De repente asoma su rostro, pero sólo un poquito, para que nos entusiasmemos y volvamos a soñar leseras…

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