La vida, ese solemne lugar común…

Los cajeros automáticos no tienen dinero como es usual durante los fines de semana largos. Es viernes y las señoras cumplen con el tradicional rito de lavar las veredas enfrente de sus casas (también los lunes son días del rito). Las flores de la sala de espera de mi kinesióloga son artificiales; claro, a ella no tiene por qué importarle que no me gusten las flores artificiales. “¡Cómo andás, Chile!” me saluda todos los días el joven dueño de la verdulería Destefanis; me señala siempre mi condición de extranjero, pero siempre sonríe.
“Yo voto al que me dé” se lee en el cartel que exhibe una joven madre en el mitin del candidato X. “Estar solo no es casualidad”, un grafitti en un muro a la orilla de las vías. “Volvé al cole con zapas nuevas”, un anuncio en la zapatería que resume esta manía argentina de cortar las palabras por la mitad (Benja, peli, seño – por señorita profesora -, facu – por universidad -, finde, Manu, Fede, así ad infinitum). Aún nadie me ha explicado qué es el dólar contado con liqui.
Durante unas semanas la plaza se puso toda color jacarandás en flor. En la calle Entre Ríos se siente tres veces por semana el aroma de la tostaduría de café donde Ruiz. Según mi doctor, no debo seguir tomando café con leche y bizcochos todas las mañanas en la estación de YPF; es por el hígado graso, dice. Anoche soñé algo increíble pero no me puedo acordar qué era; parecía una película dramática.
Una señora con acento italiano me habla durante todo el camino entre la terminal de Córdoba y Villa María; guardo el diario y me entero de su vida, sus viajes, su matrimonio que duró nada, el albañil que hace arreglos en su casa y las complejas relaciones con su hija – entre otras cosas. En el vuelo de regreso la semana pasada, después de haber alcanzado la altura y la velocidad de crucero una voz de mujer nos dice, “Damas y caballeros, les habla la capitana”.
Un día hay treinta y cinco grados a la sombra y a la mañana siguiente llueve y hace frío como si fuera julio. Después de una lluvia torrencial, amaina el calor y reina una frescura que debería durar toda la vida.
La humedad relativa del aire es el barómetro de la vida… simplemente.

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