Chiloé, cielos cubiertos. Así se llamaba una obra de teatro que vi en los tiempos de Maricastaña. Chiloé, fascinación de promontorios que se hunden en la salvaje pronunciación del Pacífico austral. Atardeceres de fuego y hielo conjugados, luces y sombras de la distancia y la soledad entre verdes desfiladeros y algarabía de gaviotas.

Pasó una caterva de años para que un día, en una lancha de 13 metros, cruzara por primera vez los canales inverosímiles del archipiélago, rodeado de cerros verdes con manchas de sol y lluvia, entonces arcoíris por todos lados y el latigazo del viento austral. Tabón, Chidhuapi, Curaco de Vélez, Dalcahue, Tenaún, fueron nombres que se sumaron a mi bitácora de viajero incansable y ahora inalcanzable.

Volví allí hace un año y medio buscando su hechizo de silencio y distancia. Quería dejar atrás el oficio de la palabra y de las personas. ¿Sería que podría producir papas para alimento de la humanidad? ¿O sacar algas para hacer cosméticos? ¿O conducir turistas de habla rara y vestimentas extravagantes por las orillas y las alturas?

Me refugié en la casa residencial de una antigua amiga que hace patria con su familia hospedando turistas europeos que quieren tocar el vértigo de la aventura en los canales del sur y mirar de cerca lo primitivo que le parece nuestro fin del mundo. La ventana de mi cuarto daba a la playa, que estaba a unos cincuenta metros. Una mujer, con los pies desnudos en el agua helada, sacaba todas las mañanas unas algas que semejaban una inmensa cabellera verde y que se usaba, me dijeron, para la fabricación de cosméticos y aditivos para alimentos. Me quedaba horas frente a la estufa a leña y escribía, leía, me dejaba ser no más.

No había internet y era necesario salir a la playa a buscar un poco de señal para el teléfono. ¿Podría hallar allí la distancia precisa entre el ayer y los reducidos territorios que quedan por descubrir en los años restantes? ¿Apagar por fin los sonidos del miedo, la culpa, la vergüenza? ¿Hallar un poco de paz, la esquiva paz…?

Regresé. No se podía. Había otros imperativos. Otras urgencias. Otras palabras por hablar antes del fin. Decir lo que nadie, o pocos, quieren decir y entonces ya está. Deber cumplido y adiós.

Chiloé. Cielos cubiertos.

(La fotografía la tomé durante aquel breve exilio)

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