En 1793 Madame Roland fue decapitada en la Plaza de la Concordia. Cuenta la historia que el día de su ejecución, al encontrarse ante la estatua de la Libertad colocada enfrente de la guillotina, pronunció estas palabras: “¡Oh, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!” Pocos conceptos han sido invocados para fines tan diversos y reñidos con su objeto.

Hay algunas libertades que sólo son posibles por la movilización de la sociedad entera. Otras deben ser conquistadas en las esferas más limitadas de las instituciones. La más difícil de conquistar es la libertad individual. Para poder ejercer la libertad es necesario tener conciencia de la libertad. Hay que saber qué es y cómo ella ilumina o enseña a la conciencia porque ésta no opera en un vacío; necesita información para formular y emitir sus juicios.

¿Qué información recibe la conciencia sobre la libertad para ejercerla cuando es requerida? Veamos: la libertad que aprendemos está poblada de limitaciones, advertencias, condiciones, cláusulas, incluso prohibiciones. Es una libertad vigilada, “protegida”, sostenida en el prejuicio de que las personas son incapaces de administrarla por sí mismas.

En las instituciones de la fe o del compromiso con una causa esto es más cierto que en otras. Iglesias, partidos políticos y otras asociaciones humanas la proclaman y la ofrecen generosamente a sus potenciales militantes. Una vez hechos los compromisos de pertenencia y entrados en el círculo más íntimo del adoctrinamiento, los nuevos miembros van descubriendo que la libertad tiene un sólido dispositivo de parámetros y pautas que norman su ejercicio. La libertad es elogiada por cierto, pero pronto se la re-define: libertad pero no libertinaje, libertad no es hacer lo que uno quiere, los límites de la libertad. En ciertos círculos las regulaciones agregadas enfatizan mayormente en la conducta moral como si ese fuera su único campo de operación.

No hay énfasis en la autodeterminación de los dictados de la conciencia, en la capacidad de cuestionar doctrinas o tradiciones opresivas, en la responsabilidad de oponerse al abuso de poder, en el derecho de las personas a examinar libremente los contenidos de la doctrina institucional, en fin.

Al contrario, la libertad está tan saturada de regulaciones que en la práctica es imposible ejercerla. Así, es avasallado el enorme peso existencial de las conocidas palabras “Y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.”

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