Las máquinas tienen un origen bastante primitivo. A veces intencionadamente y a veces por casualidad, los primeros habitantes humanos habilitaron herramientas que fueron en cierto modo extensiones de las manos o los pies, instrumentos que aumentarían su fuerza y alcance. Después de miles de años de historia desarrollaron dispositivos más complejos que las herramientas, los cuales recibieron posteriormente el nombre de máquinas.
Hoy, la máquina ha copado todas las esferas de la actividad de la gente: máquinas para la vida hogareña, máquinas para desplazarse de un lugar a otro, máquinas para volar y penetrar el espacio sideral, máquinas para comunicarse, máquinas para realizar tareas pesadas y otras casi microscópicas. Con el desarrollo de la computadora, hoy son un complemento y a veces un reemplazo de las capacidades más complejas del hombre, incluso las del pensamiento.
Suelen leerse o verse en el cine y la televisión diversos tópicos acerca de la inteligencia artificial, esa capacidad que tendrían las máquinas de convertirse en aparatos autónomos, con la capacidad de pensar, decidir e incluso sentir. No son pocos lo que sueñan con androides idénticos a los humanos, no sólo en cuanto a su estructura física sino también psicológica y emocional. La película “Matrix” plantea la aventurada idea de que las máquinas podrían incluso rebelarse contra la gente y eventualmente reducirla a un imaginario estado de esclavitud o de recurso energético.
Algo que pocas veces se piensa es que la máquina es eso y nada más: máquina, un agregado de circuitos, resistencias, cables, placas, aluminio, cobre hierro, plástico, plomo, estaño, etcétera. Los más complejos programas computacionales son, finalmente, una inimaginable cantidad de unos y ceros trabajando a velocidades imposibles de describir y más en la base unos diminutos campos que son modificados magnéticamente según ciertos impulsos eléctricos para la realización de un sinnúmero de tareas.
La máquina, por más que lo discutan los filósofos de la tecnología, son instrumentos sin alma, tanto como el rudimentario garrote cavernario. A lo más, responden mecánica o electrónicamente a los designios de la voluntad humana. Si vamos a ser capaces de recuperar o mantener nuestra identidad, nuestro sentido de singularidad como criaturas diferentes, no deberíamos jamás perder de vista el lugar de la máquina y ser consistentes en alejarnos de esa fascinación que nos produce su complejidad, creyendo que en ella podemos hallar lo que busca el vacío del alma moderna.

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