“El hombre moderno es mucho más débil que el hombre de las cavernas, que perfectamente podía sobrevivir a las adversidades. El hombre moderno necesita sistemas de inmunización continuos, de tipo farmacológico, pasatiempos, estar emitiendo y “megusteando” casi en forma ansiosa para dar cuenta de que existe y no es simplemente un asiento contable de una empresa, un código burocrático en alguna dependencia estatal”. (Christian Ferrer, entrevista en “La Nación”, domingo 26 de junio de 2016).
Cuando me abruma el peso de la lateralidad – esa impresión de sentirse como “pollo en corral ajeno” o “sapo de otro pozo” – aparece algo en la prensa o me llega un correo confirmando que mis percepciones, aunque imprecisas o incompletas, son correctas; no son populares o mayoritarias pero son correctas.
Escribí hace tiempo sobre la “obsesión celular” que tiene la gente respecto de la vida. Porque ya el teléfono dejó hace largo tiempo su modesta pero noble tarea de hacer y recibir llamadas ; hoy parece abarcar la vida, el aire, la paz, la felicidad. Basta observar a alguien que olvida o pierde su celular para darse cuenta de la intensidad de la dependencia de que adolecen.
Si concordáramos con la manera actual de contar los tiempos, los seres humanos aparecieron en la tierra hace unos cuarenta mil años. Si fuera exactamente esa cantidad, podríamos decir que formaron grupos y familias, se multiplicaron, se amaron, se odiaron, se pelearon, construyeron cultura, soñaron, enfermaron, envejecieron y murieron durante unos treinta y nueve mil novecientos setenta años… sin smartphones, internet ni redes sociales.
El artículo cuyo fragmento he puesto al comienzo de esta nota menciona que los seres humanos lucharon por milenios contra enormes dificultades sin contar con recursos tecnológicos como los actuales. Por eso sorprende el grado superlativo de dependencia que las personas tienen del aparato. Dependencia que entre otros efectos interfiere notablemente en la calidad de las relaciones humanas. Un interesante ejemplo de este problema está ilustrado en la película chilena “Sin filtro”.
No estoy en contra de los beneficios de la tecnología y las bendiciones que puede traer a la vida diaria, ni mucho menos; la existencia es más ancha y ajena que mis elucubraciones sociológicas sobre celulares y redes sociales. Sólo me gustaría saber si sería posible recuperar un poco más de humanidad. Algo así como “menos celular y más encuentros”.

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