Esta mañana, viniendo al trabajo, leí un grafitti, un rayado en el muro de una panadería: “No hay revolución sin evolución de conciencias”. Esas frases se encuentran todos los días en Twitter, Facebook, Instagram y otros muros inefables que nos ha ofrecido desde hace tiempo la internet. Son parte de esa cultura pop que ha usurpado el espacio del pensamiento, la reflexión y el rigor conceptual y ha instalado un nutrido rosario de frases hechas de a peso la docena que han sido sacadas de algún libro o de una recopilación de frases famosas, o bien efectivamente han sido escritas por un febril activista de masas en una mesa de café a las tres de la mañana.
Son fragmentos del discurso emotivo y visceral que mueve a la masa, que le ahorra el trabajo de pensar y la prepara para obedecer ciegamente a los dictados del agitador o demagogo de turno. Esas frases del tipo el pueblo al poder, avanzar sin transar, somos más y vamos a ganar, son capaces de generar un desorden o un estallido que cambiará el curso de la historia, en la mayoría de los casos para mal y unas pocas veces para bien.
No deja de sorprendernos, aunque el cuero se va acostumbrando a todo, cómo el lenguaje se va reduciendo cada vez más, la palabra se va transformando en emoticones y términos abreviados que nos remiten al lenguaje gutural de los bebés o de las primitivas comunidades cavernícolas.
No se trata solamente del deseo obsesivo de esquivar el tiempo y el espacio y mucho más el trabajo de la lectura y la reflexión, porque hay muchas otras manifestaciones de la cultura que van por el mismo derrotero. Lo más angustiante de todo esto es que uno se da cuenta (y la mayoría de la gente no) que esa reducción acelerada y la progresiva destrucción del hábito de pensar críticamente da como resultado una masa manipulable, un agregado de seres humanos a los que se puede convencer con un tuit, un meme, una frase ardiente en un discurso político o en una predicación emocionada.
Posiblemente la revolución sí requiera de conciencias más evolucionadas. Entonces la tragedia de este grafitti no es únicamente su brevedad; lo es también la imposibilidad de que haya conciencias evolucionadas porque la palabra y la imagen se van reduciendo hasta el punto en que desaparece el ser y predomina el mero sentir.

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