Revisemos una vez más, como ejercicio necesario para la higiene mental, el estado de cosas en la cultura popular evangélica. Uso el término “cultura popular” en su sentido más general y común a todos los ámbitos de la vida y no sólo el religioso; es decir, ese orden de cosas en donde hay un mínimo común denominador – generalmente es el mínimo – que iguala las formas de pensar y de hacer las cosas.
Hace mucho tiempo que la mayoría de los cristianos son funcionales a las tendencias y a los mandatos culturales que caracterizan el tiempo presente. Lo que más preocupa es el perturbador aligeramiento que se observa en los contenidos del púlpito, en los de la llamada educación cristiana y, por lejos, en los de los medios de comunicación donde este vaciamiento de solidez es aún más evidente.
Me refiero a la pérdida de contenido riguroso, de peso específico. Influido por la temperatura de la cultura pop, el mensaje se hace cada vez más liviano – light es la palabra pertinente. El rigor de la reflexión bíblica seria, la mirada crítica, los imperativos de la responsabilidad personal y el compromiso social han cedido su lugar a una suerte de inteligencia farandulera, magazinesca, donde se mezclan estudios de tendencias aparecidos en página de internet – nuevo universo de investigación de los comunicadores evangélicos – y un sobredimensionamiento del bienestar individual como norma para la vida.
Como siempre estoy consciente que muy pocas personas van a sentir la urgencia y la preocupación que entrañan estas palabras pero a eso ya estamos acostumbrados aquí. La farándula gana por lejos la escena. La masa está fascinada con aparatos, aplicaciones, mensajes instantáneos y la diversión digital. Nadie quiere ponerse serio y así es como estamos. Para muestra basta mencionar la estupidez de la pokemongomanía; que cientos de millones de personas sientan que ese entretenimiento es la cosa más importante de la vida da cuenta de lo profundo que ha caído el intelecto y el compromiso cultural.
Como hemos afirmado desde esta plataforma tantas veces, que esa sea la condición de la cultura general es esperable.Lo que sigue sorprendiéndonos – porque nuestra capacidad de asombro sigue intacta, gracias a Dios – sea que la dirigencia evangélica y su masa resultante no superen la media cultural y hayan sido tibiamente absorbidos por la estadística del flujo cultural, llegando a ser parte del problema y no de la esperanza de un orden distinto.

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