De todos los medios que nos hemos agenciado para disimular la precariedad de nuestra especie, quizá el más triste sea el de la esperanza. Difícilmente debe haber algo más frágil en lo cual ampararse que en ese recurso tan feble e improbable.

Se funda en una inmensa ilusión, de la cual daremos algunos ejemplos para que el que tiene oídos para oír oiga: que podemos cambiar, que podemos sacar lo mejor de nosotros mismos (no en momentos de gran crisis, lo cual es posible, sino en forma habitual), que haremos las paces, que perdonaremos de corazón, que dejaremos de mentir y de robar, que vamos a entender y honrar la importancia del amor, que vamos a cuidar el planeta, que los grandes magnates del mundo renunciarán a su codicia, que los gobernantes serán nobles servidores públicos, que no habrá más opresión y esclavitud de ninguna especie, que recuperaremos el habla y la conversación inteligente, que vamos a reemplazar los combustibles fósiles por energía limpia, que todas las factorías que contaminan  se transformarán en industrias ecológicamente responsables, que un día nuestros niños caminarán a cualquier hora por las calles porque no habrá psicópatas, violadores ni secuestradores sueltos, que las mujeres no serán violentadas, que los ancianos serán cuidados y felices, que un día todo el mundo sentirá las cosas de una manera parecida, que volveremos a creer, que la gente va a irse a vivir al campo y no construirá más ciudades ruidosas y asesinas, ¡que no habrá más guerras!, que los refugiados volverán a sus pueblos en paz y así sucesivamente…

La esperanza actúa como un narcótico que alivia el dolor de la presente realidad. Es como esas películas en las cuales al final todo se resuelve bien y uno dice, acertadamente: “Eso sólo pasa en las películas.” Por cierto, la esperanza es noble, pero las más de las veces infructuosa. Si alguna vez nos ocurre algo lindo, decimos que valió la pena esperar, pero no decimos lo mismo cuando nos ocurre algo feo.

Claro, no es saludable renunciar a la esperanza porque en tal caso lo único posible es la nada, la extinción del alma, la pérdida del deseo de la vida. Al mismo tiempo, es tan remota la posibilidad de que ocurran algunas de las cosas descritas arriba que no queda más que concluir que, aunque ayuda, es triste la esperanza…

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