Hace muchos años en Suiza, en una universidad en la que proseguía estudios de postgrado, tuvimos un profesor visitante que presentó la serie “Tradiciones Intelectuales en Conflicto”,  una interpretación de la historia de occidente desde una perspectiva cristiana. Era una época en la que estaba leyendo mucho a Francis A. Schaeffer – “googléalo” – por lo que la mirada de aquel profesor me resultaba familiar.

Su aproximación a la historia era bastante radical. Solía decir cosas como “durante esos días Dios, a través de su siervo (aquí nombraba a una primera ministra o a un presidente) produjo un cambio en…” Recuerdo que algunos de nosotros estábamos escandalizados que se refiriera a esas personas como siervos de Dios considerando que tales personajes eran vistos como representantes de una tradición agresivamente conservadora. Y, según el entendimiento que teníamos de las cosas entonces, tampoco los considerábamos cristianos.

Hace unos días recordé al viejo profesor cuando vi la película “Verónica Guerin”. Cuenta la historia verdadera de una periodista irlandesa que se atrevió a investigar el narcotráfico que, en su época, era un serio y profundo problema social. Como siempre ocurre cuando los ocultos poderes de la corrupción amparan a las mafias, las consecuencias de su investigación le resultaron fatales. Sin embargo su trabajo motivó cambios profundos en la legislación irlandesa sobre la mafia y las ganancias generadas por el tráfico de drogas. Así que se me ocurrió pensar que, gracias a la acción de Dios a través de su sierva Verónica Guerin, la política hacia el tema de la mafia local cambió para bien de la sociedad.

Permítanme intentar una explicación. Creo que todas las acciones públicas que contribuyan a atacar los males sociales tienen mucho que ver con Dios porque El es la fuente de todo bien; todo lo que promueva justicia, paz, armonía social, protección de los débiles o desamparados es compatible con su carácter. Y todos aquellos que trabajan por esos bienes pueden perfectamente ser considerados ministros suyos, sean creyentes o no.

Si quienes se consideran hijas e hijos de Dios, ocupados en los asuntos internos de las instituciones cristianas, no contribuyen al bien público, no me sorprende que Dios intervenga en la sociedad a través de otras personas a fin de mejorar los días la gente y que merecen, creo, el adjetivo de siervas y siervos de Dios.

(Este artículo ha sido escrito especialmente para la radio cristiana CVCLAVOZ)

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