Volver a las cuestiones esenciales de la existencia. Sentir otra vez el estremecimiento de la búsqueda. En la propuesta de este blog hemos afirmado que las preguntas son propias de los niños y de aquellos que se rehúsan a ser adultos ahítos de respuestas. Desde el puesto de observación en que me encuentro he visto que la mayoría está firmemente aferrada a ciertas respuestas aprendidas en virtud de la experiencia, la educación y la doctrina. Cuando sin aviso, y a veces sin respeto, los hechos de la vida vienen a desordenar todo, las personas abren apresuradamente sus carpetas en busca de la frase, el pensamiento, el paradigma que conjure esta provocación a la estabilidad conceptual.

Pero la vida es más compleja de lo que parece… Tantas veces las respuestas suenan perfectas, pero se sienten tan resecas, tan incapaces de transmitir el amor que se necesita en ese momento. No son malas respuestas. Lo que pasa es que perdieron la pasión. Perdieron la tibia humedad del sentimiento. En lugar de caricias, reparten estocadas.

Es que es tan cómodo tener todo resuelto: las agendas están en orden, fluye la estabilidad, el discurso se eleva, se agudiza el sermón, se afila el juicio y la sentencia. Pero hay una sutil cosa que las respuestas aprendidas hacen: no dejan hacer más preguntas. Inmovilizan, uniforman, insensibilizan. Es un trágico predicamento. Porque la verdad es fibrosa, palpitante, siempre novedosa, desafiante. Y se pierde uno esa fiesta movible que es la búsqueda y el descubrimiento.

Démonos a nosotros mismos, aunque sea por un momento, el beneficio de la duda y tratemos de convertir nuestra propia vida en la pregunta…” (Hans de Wit, He visto la humillación de mi pueblo). Releer la vida. Releerse uno mismo. Releer los textos tutelares. Inaceptable propuesta para quienes caminan por el bucólico sendero de los conocidos paradigmas. Provocadora tentación para quienes, hartos de oír respuestas a preguntas que jamás se hicieron, anhelan continuamente respuestas que alivien el ardor de sus conciencias sensibles, a ver si alguna vez pueden llegar a entender y a comunicarse significativamente con el mundo en que viven.

Volver a preguntar. Parte de un poema de Mario Benedetti resumirá este sincero llamado: “no te llenes de calma / no reserves del mundo / sólo un rincón tranquilo / no dejes caer los párpados / pesados como juicios / no te quedes sin labios / no te duermas sin sueño / no te pienses sin sangre / no te juzgues sin tiempo”.

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