Don Fabián era un hombre de 50 años, avaro, codicioso, prepotente y soberbio. El vecindario donde vivía, había sido testigo de sus constantes desenfrenos, su carácter caprichoso y de la indiferencia con la que trataba a sus vecinos menos afortunados económicamente.

Pero toda esa conducta tenía un trasfondo: los constantes abusos que sufrió siendo un niño huérfano que vivió en la calle y quizás, un dolor que aún no superaba, el  perder a su esposa embarazada de su segundo hijo en un accidente automovilístico.

Una mañana recibió la visita de su única hija. Ella llegó junto a su esposo y a su pequeña niña llamada Raquel. Aunque al principio los recibió con recelo y  pesadez, con el paso de las horas llegó a enamorarse de la ternura que desprendía la sonrisa de dientes menudos y la gracia con la que actuaba su nieta.

Con el paso de las horas en casa, la pequeña nena había logrado sacar la ternura que su abuelo llevaba mucho tiempo escondiendo en el fondo de su corazón. Iban juntos  a cuanto lugar se les ocurría,  la verdad es que para aquel hombre cuyo corazón vivía amargado, se había hecho imposible decirle que no.

Esa noche y después de cenar, don Fabián salió a fumar su acostumbrado cigarro al balcón y mientras se asomaba al horizonte con la mirada perdida, su nieta lo sorprendió por detrás con un grito: ¡TE QUIERO ABUELITO! El sobre salto hizo que se le cayera el cigarro y por tratar de agarrarlo, se quemó un dedo con algo de ceniza.

Su nieta lo miró y le dijo: no está bien fumar porque a Dios no le gusta que hagamos eso. Al escuchar el suceso, su hija decidió intervenir dándole una orden a la pequeña: Ya es tarde mi amor, vete a dormir. Raquel salió corriendo y justo antes de perderse en el pasillo, volteó para mandarle un beso a su abuelito y despedirse.

Al día siguiente,  durante el desayuno y mientras conversaban de todas las actividades que harían durante el día, salió una invitación para acompañarlos a la iglesia, la pequeña Raquel era la más emocionada de todos en la mesa. Pero don Fabián la rechazó tajantemente porque tenía cosas más importantes que hacer.

Todos se fueron a la iglesia, pero don Fabián se había quedado con la sonrisa de su nieta grabada en su memoria, sonrisa cálida que le hacía recuerdo a su difunta esposa quien en el pasado, no le permitía dejar de asistir a algún servicio. Un pequeño pensamiento inundó su mente, de repente se levantó  y fue a dar alcance a su familia.

Al llegar, se metió entre las últimas bancas para intentar pasar desapercibido y el pastor empezó su prédica, el cual hablaba del cielo y del infierno. Arriba nos reencontraremos todos los que hayan muerto en Dios y muchos serán echados al infierno por rechazar el sacrificio de Jesús, pero lo que más sorprendió  el corazón de aquel anciano, fue cuando el predicador preguntó si alguna vez alguien se había quemado con la mano con ceniza encendida y que imaginen ese mismo dolor, pero en todo el cuerpo.

Don Fabián, que hace no muchas horas había experimentado ese mismo dolor, empezó a sentir temor de ese lugar, agachó la cabeza y dijo: -¿Qué debo hacer para evitar ese sufrimiento?  Una voz le respondió desde el fondo de su corazón: -Cree en mí y sígueme. A lo que el hombre respondió: -Tú me quitaste a mi esposa y a mi hijo. -Ellos están sanos y a salvos conmigo y te están esperando- le respondió la misma voz.

Don Fabián, reconoció la voz de Dios y una paz que no había sentido hace mucho tiempo empezó a inundar todo su ser.  Desde ese instante, todo cambiaría para su vida y nada volvería a ser igual.

En ocasiones solemos interpretar el actuar del poder de Dios a través de grandes prodigios, situaciones complejas y de grandes milagros, lo cual es posible, pero subestimamos las cosas pequeñas como la sonrisa de una nieta, unas cenizas que queman levemente la mano y una invitación a la iglesia.

Dios no tiene límites y puede usar lo más pequeño e insignificante, para sanar y restaurar la vida de todo hombre.

1 Corintios 1:25 dice: “Pues lo que en Dios puede parecer una tontería, es mucho más sabio que toda sabiduría humana; y lo que en Dios puede parecer debilidad, es más fuerte que toda fuerza humana.” Versión Dios Habla Hoy.

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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