A ninguno de nosotros nos gusta esperar y mucho menos cuando estamos apurados o tenemos algo urgente que hacer.

Imagina cómo se habrá sentido Jairo, el principal de la sinagoga, cuando Jesús se detuvo a preguntar quién había tocado su manto, justo después de que le había rogado que fuera a su casa para sanar a su hija, que estaba muy enferma.

Posiblemente le pasaron miles de pensamientos a Jairo y es que ¿cómo podía, el Maestro, preguntar eso cuando había tanta gente siguiéndolo? Cualquiera podría haberlo hecho. ¿Era realmente importante averiguar eso ese preciso instante? Y no sólo eso, ¡Jesús se paró a hablar con la mujer que había causado la interrupción!.

En una época en la que todo es inmediato, en la que las comunicaciones son tan avanzadas que podemos comunicarnos rápidamente con quien deseemos, sin importar la distancia, tenemos comida lista que sólo necesita ser descongelada, las cosas vienen prefabricadas, etc. la espera es más larga aún. No nos gusta esperar nada e incuso queremos que nuestras oraciones también sean contestadas en el instante.

Claramente, una cosa es que Dios te diga “Sí”, o “No” a una petición; entonces, aceptamos cualquiera de las respuestas pero cuando nos ordena “esperar”… Eso es otra cosa porque además, ¿Cuánto tiempo tendremos que esperar? Si  Dios nos diera el tiempo exacto de espera como un par de días, 6 semanas o  3 meses, sería muy distinto pero no sabemos realmente cuánto deberemos esperar y muchas veces, la respuesta a nuestra petición llega años después.

En el caso de Jairo, podría haber sido la mejor historia del mundo la de aquella mujer PERO su hija estaba muy mal, y seguramente los minutos que se demoraron le parecieron una eternidad hasta que llegó la noticia que ningún ser humano desea escuchar: ”Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro”. (Lucas 8:49 NTV) Seguramente esas palabras le cayeron como balde de agua fría.  Sin embargo, Jesús le dice que crea y va con Jairo a su casa.

Jesús puede estar caminando a nuestro lado, podemos estar junto al Maestro cuando una mala noticia llega a nuestras vidas, justo cuando hemos estado pidiéndole su ayuda y, seguramente, aunque vamos con Él, nuestro corazón puede sentirse  ansioso y no porque no creamos en Dios y su poder, sino porque nuestra mente batalla con nuestra fe, lo visible contra lo invisible. Esa caminata hacia casa, supone un tiempo más antes de ver el milagro y en el camino podríamos preguntarnos muchas cosas como ¿Y si no se hubiera detenido a hablar con esa mujer?

La espera es una herramienta que el Maestro usa para moldear nuestras vidas y se requiere de mucha valentía para poder aguardar la respuesta de Dios. No es fácil esperar pacientemente  cuando humanamente vemos que todo empeora.

“Espera con paciencia al Señor; sé valiente y esforzado; sí, espera al Señor con paciencia”. Salmos 27: 14(NTV)

Tal vez el aparente silencio de Dios ante tus oraciones te  parece eterno pero,  al igual que pasó con Jairo, la espera valdrá la pena y podrás ver tu futuro y tus sueños resucitados.

»Pero benditos son los que confían en el Señor y han hecho que el Señor sea su esperanza y confianza”. Jeremías 17:7(NTV)

¡Ánimo! No permitas que la espera te desanime, Dios tiene algo grande para ti.

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.

Deja un comentario