Teágenes de Tasos fue un atleta griego famoso por su extraordinaria fuerza y rapidez. Desde pequeño siempre destacó en toda clase de deportes obteniendo varias victorias en los Juegos Olímpicos que, en esa época, estaban en sus inicios.

Todos sus triunfos le dieron un estatus de fama en su pueblo natal y en toda la región. Donde quiera que fuera siempre encontraba gente que había escuchado de sus hazañas en cada competencia. Su fama fue tal que al morir, un escultor le hizo una estatua para conmemorar sus victorias.

Pero no todos amaban a ese atleta, entre tantos hombres había un viejo rival que le  guardaba rencor porque siempre que lo enfrentaba en alguna disciplina había sido derrotado por Teágenes, lo cual provocó una sensación de frustración en su interior que no pudo controlar. De repente y sin darse cuenta nació una raíz de amargura, pequeña pero lo suficiente para llevar esa rivalidad a ámbitos fuera de la competencia afectando todo en su entorno y envenenando todo su carácter.

Con el corazón amargado, éste hombre nunca pudo superar la frustración que tenía, tanto así que reemplazaba sus sentimientos de autocompasión por odio a su rival porque lo consideraba el único obstáculo en el camino a su victoria.

Una noche, mientras caminaba, se encontró con la portentosa estatua del aclamado atleta. Al verla con el corazón lleno de deseos de venganza, comenzó a azotarla con toda su rabia durante toda la noche como si estuviera maltratando al propio atleta Teágene. En un momento y con tantos golpes, la enorme pieza de mármol se encontró tan debilitada en las bases que se quebró cayendo sobre él y matándolo instantáneamente.

Esta es una de tantas historias que habla de la rivalidad entre los hombres que participaron en los inicios de los juegos olímpicos en Grecia, pero que también puede ilustrarnos la forma en la que una pequeña raíz de amargura puede afectar nuestra vida.

En el relato, casi imperceptiblemente, una competencia es llevada desproporcionadamente fuera de la arena de juegos dañando a un hombre hasta llevarlo a la muerte. Con razón una gran cantidad de consejeros que tratan a personas que atraviesan este tipo de sensaciones, han comparado a la amargura con una cárcel que afecta al portador y a su entorno, más que a la causa o al causante de su mal. También es comparada como un veneno que se destila poco a poco logrando contaminar todo.

La amargura suele llevar al individuo a buscar revancha en contra de todo aquello que lo ha afectado porque en un punto se ha auto convencido que tiene derecho de un resarcimiento. La razón es que esa misma amargura ha logrado disfrazar el deseo de venganza con atuendos de justicia intentando validar su derecho.

Cualquier daño u ofensa recibida, puede provocar una pequeña pero sutil raíz de amargura desencadenando una serie de cambios en la personalidad, carácter, actitud, etc.

“Procuren que a nadie le falte la gracia de Dios, a fin de que ninguno sea como una planta de raíz amarga que hace daño y envenena a la gente.” Hebreos 12:15 Versión DHH.

La realidad es que nunca nadie estará totalmente libre de herirse con algún espino mientras recorre los matorrales de la vida. Dios lo sabe y ha dispuesto un bálsamo para sanar toda herida: Perdonar.

“Sean buenos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, como Dios los perdonó a ustedes en Cristo.” Efesios 4:32 versión DHH.

Si tienes un deseo de venganza o tienes resentimiento por alguien, puedes estar seguro que hay una raíz de amargura en tu interior y que podría afectar todo en tu vida. No sucumbas ante sus intenciones de destruir tu futuro y perdona a quien te ha ofendido.

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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