Desde el año 1974, los franceses y todos los que vuelan con Air France despegan desde la futurista “Terminal 1” del Aeropuerto Charles de Gaulle.

Pero una mañana de verano una fuerte tormenta se había desatado ferozmente sobre toda la capital francesa. Toda la ciudad estaba cubierta por nubes negras, la constante lluvia y los relámpagos, parecían advertir que la tempestad no se marcharía.

Ese día muchas personas se quedaron varadas en la terminal esperando que se habilitaran sus vuelos. Aunque  algunos simplemente no tenían la confianza para subir a un avión con semejantes relámpagos y truenos, otros estaban muy desesperados por llegar a sus destinos como para que la tempestad los detuviera. De un instante a otro todas las boleterías se habían llenado de personas exigiendo que se habiliten vuelos a sus destinos, todo se había convertido en un verdadero caos. Pero la realidad  es que sin los permisos que emite la torre de control, ningún avión podría ni siquiera ingresar en la pista de vuelo.

Cuando todo parecía perdido, a través del parlante de la terminal, se anunció que uno de los aviones comerciales estaba listo para despegar. En ese instante una gran cantidad de personas compraron su boleto.

Al ingresar al avión todos se fueron de inmediato a sus asientos y se ajustaron fuertemente el cinturón de seguridad. El capitán dio algunos anuncios y la enorme nave comenzó a desplazarse sobre la pista. Un fuerte relámpago hizo que algunos pasajeros tuvieran temor de haber abordado, pero ya era demasiado tarde para arrepentirse.

El avión despegó con la turbulencia desproporcionada, muchas personas derramaron al suelo lo que tenían entre sus manos en ese momento, algunos otros fueron presas de un pánico silencioso mientras veían por la ventanilla como la tormenta golpeaba la ciudad.

El avión por fin llegó a despegar y poco a poco se elevó tan alto que sobrepasaron los nubarrones negros y apareció el sol que se veía más radiante que nunca. La atmosfera había cambiado por completo y el cielo azul casi se podía tocar. Después del anuncio del capitán, los pasajeros se soltaron el cinturón de seguridad y tuvieron el vuelo más tranquilo de sus vidas.

Algo similar pasa cuando nuestras oraciones llegan a nuevas alturas.

Siempre la tormenta que viene es más fuerte que la anterior, los problemas del pasado parecen más pequeños que los que enfrentamos en el instante.

Muchas de nuestras dificultades aparecen como tormentas inesperadas, los relámpagos y truenos llegan sin previo anuncio atemorizándote, las lluvias te empapan de frustración, de temor y de angustia. Pero es ese instante en el que más necesitas comprar un boleto para subirte a la oración, ajustarte bien el cinturón para ser constante y no desistir aunque la turbulencia quiera sacudirte.

Quizás, sin querer, veas por la ventanilla cómo la tormenta está azotando todo a tu alrededor, pero no debes desfallecer porque dentro de poco tus oraciones harán que te eleves a nuevas alturas, las nubes negras quedarán por debajo, el sol resplandecerá sobre tu rostro dándote la paz que tanto esperabas y la voz cálida del capitán diciendo que puedes relajarte porque llegarás a tu destino.

Filipenses 4:6-7 “No se aflijan por nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle, y denle gracias también. Así Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender; y esta paz cuidará sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús.” Versión DHH.

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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