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Almas perdidas

Detrás de púlpitos y plataformas asoman las desnudeces del hombre. La débil talla de los dioses caídos se yergue y circula simple como el agua de los estanques. Las máscaras  yacen abandonadas en un rincón. El feble esqueleto de los tinglados se arrumba entre mesas desvencijadas y sillas rotas.

Esa es la otra cara de la imagen. El reverso del lustre, de las reverencias y de los títulos nobiliarios liquidados de a tres por mil en la universidad de los inventos. Es la magnífica parafernalia del poder y la fama que asombra a los incautos y adormece las conciencias con milenaria y sutil diligencia.

Las palabras se repiten. Las consignas desatan la emoción de la muchedumbre ahíta de emociones y huérfana de toda reflexión. El lugar común, la frase hecha, el argumento predecible, las arengas vibrantes convencen a los últimos renuentes y mete todo en la batidora de la unidad y el destino manifiesto.

En la orilla de los caminos, lejos de cenáculos y asambleas, los pálidos profetas vagabundos reviven las viejas imprecaciones, advierten a los desprevenidos peregrinos, preparan un camino por el que nadie transitará hasta que caigan los muros y las grandes construcciones sean destruidas, hasta que no quede esperanza alguna y ya sea demasiado tarde para las contriciones y los lamentos.

Taumaturgos, prestidigitadores, saltimbanquis, trovadores, colombinas, arlequines, bufones y tahures todavía tienen su agosto disponible en las santas convocaciones. Virtuosos de la alegoría y la anécdota convierten en imágenes de talla las viejas cuestiones fundamentales o las administran en cápsulas solubles en agua para aliviar un rato el dolor de la evidencia, la bofetada de la realidad que se halla justo a la salida de los inmensos edificios.

El cansancio de los dioses todavía no desborda la redoma de la paciencia. A pesar del hartazgo de entonaciones y palabras, de los gritos de la fiesta, queda en la suprema corte alguna esperanza o algún designio secreto que le dé todavía algo de tiempo a la sinrazón. Alguna misericordia que permita ver al menos un vestigio de cordura, de retorno a la fortaleza de la antigüedad.

“Quién nos diera un albergue de caminantes, una cabaña lejana donde restañar la sangre de la conciencia y que pudiésemos llorar sin reproches inoportunos la caída de los emblemas y la tragedia – que es nuestra tragedia – de las almas perdidas…”

Benjamín Parra Arias

Hay otros universos alrededor nuestro. Contenidos, significados, códigos diversos. Sobre todo, vidas intensamente reales. Espejos donde nos vemos tal cual. Imaginaciones, sueños, broncas, esperanzas, crónicas y memorias...

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