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Ataduras

Rémoras del tiempo que se enredan en los pliegues de la mente e impiden la inauguración de los días libres. Puñales en el alma que asesinan la edad de la inocencia. Cuerdas que inmovilizan el cuerpo de la libertad. Aglutinante que espesa el aire y fortalece el olor del tedio.

Por todas partes el ser anhela libertad. En todos los rincones se desespera la vida por abrir puertas y largarse a andar por nuevos caminos. Se agitan los territorios de la colonia y los insurrectos levantan sus banderas recién pintadas pero es en vano. Las columnas seculares de los realistas permanecen firmes y resisten incólumes los embates de la ira.

Los viejos estatutos controlan grillos y cadenas. Los vigilantes están en todas partes y sus bandos a primera hora de la mañana renuevan los miedos, repasan la crónica de los sentenciados a muerte y suministran registros fidedignos de los gritos de los desesperados. Es que usan todos sus recursos para desanimar empresas libertarias.

Quería hablar las palabras de los mensajeros. Después de sortear indescriptibles obstáculos ellos habían logrado deslizarlas entre las páginas de sus libros; otras veces las habían dejado a su lado en un maletín en un bar del barrio Estación donde solía apagar la sed de las penas. Vivía agobiado por los designios y los códigos de la antigüedad. Se despertaba a la madrugada, húmedo de sudor y terrores nocturnos, murmurando extraños mantras y suplicando mercedes al silencio de la noche. Los pesados yugos de la memoria pesaban más que la vida misma. Quería descubrir el misterioso conjuro que rompe todas las cadenas, que destroza las innumerables miserias invisibles, que disuelve la pegajosa y pesada pátina de la opresión. Quería encontrar, por vida de Dios, los mecanismos secretos que abrían para siempre los portones de la odiada fortaleza.

Ataduras invisibles que atraviesan la materia y se instalan impunemente en los huesos del alma. Establecen sin miramientos su cátedra del miedo y la vergüenza; proclaman su imperio sin fin porque los ampara el magisterio dictatorial del código de los sátrapas que se le ha metido a uno entre pecho y espalda.

Desde siempre y hasta siempre resistiremos el imperio de las ataduras y en tanto que nos dure el aliento vamos a ir destrozando uno a uno sus nudos gordianos, hasta el día en que podamos celebrar un fabuloso día de la independencia…

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Benjamín Parra Arias

Hay otros universos alrededor nuestro. Contenidos, significados, códigos diversos. Sobre todo, vidas intensamente reales. Espejos donde nos vemos tal cual. Imaginaciones, sueños, broncas, esperanzas, crónicas y memorias...

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