Volver a escribir a escribir sin pensar en artículos, como una herramienta de creación que sale de la cabeza. O de alguna parte más adentro…
Todavía el ser busca sus encuentros, sus realizaciones. Nada detiene su búsqueda, no hay tregua. Pasó tan rápido la vida, sesenta y ocho vueltas al sol no son nada, y son tanto…
Así, descubrí tantas cosas. Señalé tantos sitios con mi poesía y mi prosa. Ataqué tantos frentes, algunos de los cuales fueron bastante irrelevantes a la hora de los balances.
Finalmente, no me convencí de nada, porque todo lo examiné. Porque me hice crítico en el mejor sentido de la palabra y en el peor ambiente posible.
¿Se puede ser crítico dentro de la iglesia evangélica? No, amigas y amigos, “aquí se hace lo que dice mi pastor”.
Al escribir sin pensar en artículos hilvano ideas sueltas, elucubraciones trasnochadas, a pesar de que ya pasó hace rato el tiempo de las trasnochadas.
Me acuerdo —¿te acuerdas?— de las fiestas de toque a toque en los años color plomo. Llevábamos unas papas fritas, una botella de pisco, unas cocacolas y éramos felices toda la noche: Samba pa ti, Mary tenía un corderito, Son of my father, El padrino. Bailar cheek to cheek.
Las chicas se metían en el baño de la casa y usaban el maquillaje de la mamá y nosotros dejábamos el patio lleno de colillas.
Entonces, a la madrugada, nos íbamos por las veredas, compartiendo confidencias o simplemente guardando silencio. Porque después del éxtasis, el silencio a veces era necesario.
Ahora, al escribir sin pensar en artículos, vuelvo la mirada a las calles empinadas de Liquiñe, al vértigo de la cuesta Los Añiques, a la planicie lunar de Atacama.
Pienso en el agua indomable del Pacífico, los ríos tumultuosos. Aldeas Campesinas, Dalcahue, Caleta Horcón, la población Nuevo Amanecer.
Pero hoy no contaré de otros meridianos, de otros continentes, de otros territorios insulares, porque no, no más. Calles, plazas, rincones de fábula, cafecitos arrinconados en una calle varias veces centenaria, un puente de cuatrocientos años y un castillo del año 1100, para otro día.
Al escribir sin pensar en artículos, dejo esta crónica mínima de soledades elegidas, de recuerdos imborrables, de secretos felices y otros no tanto. Anoto el latigazo feroz de un cáncer al colon, de un término laboral demoledor y, por supuesto, el coronavirus infaltable que me tocó lejos de mi país adoptivo.
Es lindo escribir sin pensar en artículos, porque a veces salen cosas maravillosas. Y otras, de muy dudosa calidad. Pero así es esto. Y todavía me dejan tribuna.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.
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"Crónicas mínimas de soledad elegidas..." si todos pudieramos escribirlas, empatizaríamos más que con un "mensaje cristiano" de una hora. Y diríamos más aún.
Días felices son aquellos que hemos vividos aquellos días sin cuestionamiento alguno y sólo vivir!!!
Gracias Dios!!!