Hemos hablado de todo con relación a la pandemia. Hemos abordado el asunto desde varios ángulos aquí y en otras secciones. Gente, hablemos de otra cosa.
Es hora de recuperar el campo de la palabra sensible, el poema o la ironía fina. Hace falta un poco de aire fresco no sólo a causa del encierro obligatorio sino también a falta de novedad literaria.
Artículos como éste, bien lo sé, están destinados a transitar fatigosamente por el sendero de las lecturas diarias. No es popular hablar de lavandas y buganvillas en tiempos de virus. En realidad, por estos lados, nunca lo es. Imaginen que las lecturas a mi nota titulada La belleza después de tres semanas todavía no llegan a cien. Y otras que escribí, más adecuadas al virus, saltaron vallas más altas.
Tampoco es popular aquí lanzar anatema contra tanta tontería escatológica y apocalíptica. Esta mañana un diácono argentino nos anunciaba con semblante y voz grave el advenimiento de un oscuro “nuevo orden mundial”. Cómo no se cansan, me pregunto.
Volvamos a terreno llano, a la pradera de la palabra libre, espontánea, que insiste en la belleza de las cosas. Anoche participé en una increíble tertulia virtual que titulamos “La palabra en su laberinto” con ocho personas de Chile (yo en Argentina). Me impresionó no sólo el nivel de la discusión, raro en nuestros entornos institucionales, sino la lucidez para entender el tiempo presente. Me hizo acordar de este pasaje:
Cuando anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo tiene arreboles.
Mateo 16:2-3 (RVR1960)
Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡¡Hipócritas, que sabéis distinguir el aspecto del cielo, mas las señales de los tiempos no podéis!!
Otro tema. Mi padre nunca supo de virtualidades hasta que murió. Jamás tocó una computadora o un teléfono celular. Una de sus singularidades (tuvo muchas) era un dialecto propio para nombrar algunas cosas.
Para él la notaría era la notería. Solicitar un préstamo a su institución previsional lo traducía como Voy a hacer un empréstamo a la Caja. Cuando debía entregar documentos de la oficina a la Contraloría General de la República decía, Voy a la Controloría. Para él la pose era la posi, todo lo contrario era todo a lo contrario. Jamás olvidaré cuando le pregunté la marca de su nuevo reloj, un Super Star. nada habituado a idiomas extranjeros me espetó, Es un Súper Santander.
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