(Transcribo, casi sin retoque alguno, esta nota que escribí apresuradamente en el café “Coronados”. A veces es bueno pulir y otras veces no tanto. A ver qué salió…)
…La incongruencia que existe en nuestros países de querer necesitar a un tipo de ser humano afectivo, que pueda disfrutar de la vida, que desarrolle sus sueños y que sea sensible en cuestiones sociales y ambientales, pero que no lo estamos educando en ninguna parte, ni en la casa ni en la escuela. (Pilar Sordo, psicóloga y conferencista chilena en una entrevista a un periódico local)
Al menos en mi generación ha habido una estructura social harto débil para que, como un todo, nos otorgara una base para que la familia o la escuela nos hubiera formado con las capacidades que la sociedad dice necesitar. A no ser por la influencia providencial del tío Carlos en mi primera infancia y la señorita Ruth Murgam en la escuela primaria, ni siquiera lo poco que advierto en mí de esos atributos hubiera sido posible adquirir.
La falta de educación de nuestros padres – cuando éramos niños en la generación del 50 y del 60 -, quienes migraron de las zonas rurales a la brutalidad y a la locura de las ciudades en desarrollo, la irrupción y penetración de los medios electrónicos de comunicación, la presión fenomenal para obtener y consumir cosas y el creciente individualismo no son los mejores ingredientes para formar a una persona afectiva, solidaria, soñadora y social y ambientalmente responsable. Creo que nosotros, hijos del rigor, tuvimos que elegir con pocos estímulos a nuestro alrededor entre una inserción más o menos adecuada a la sociedad o alejarnos de ese perfil y optar por caminos menos saludables.
Podría ser que el ilimitado acceso a la comunicación, las posibilidades de reclamar recursos del sistema social (educación, salud, vivienda) y modelos de vida positivos mejoraran las posibilidades. Pero hay que competir con todos los efectos negativos y antisociales que también provienen del actual estado de cosas.
En definitiva, siempre vamos a ser nosotros los que hemos de elegir quiénes y cómo seremos. Chicos que tienen todo para vivir pueden resultar peligrosos antisociales y chicos que carecen de lo elemental puede convertirse en seres libres, sanos y productivos.
¿Cuánto depende del ambiente que nos rodea?
¿Cuanto depende de nosotros?
(Este artículo ha sido especialmente escrito para la radio cristiana CVCLAVOZ)
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