Una vez más mi Chile se estremece hasta sus cimientos. Literalmente. La placa oceánica se mete unos metros sobre la placa continental, se desplazan secciones de la orilla marina otros cuantos metros y entonces pánico, gritos, carreras alocadas hacia el cerro. Los vehículos del dispositivo de seguridad pasan con los altoparlantes a todo volumen: “¡Tsunami, tsunami! ¡Evacuar a las zonas de seguridad! ¡Tsunami! ¡Evacuar!” Una vez más.
El volcán que se despierta y llena todo de ceniza y fuego. La lluvia feroz que produce desprendimientos y corridas hacia los sectores bajos de algunas ciudades del norte. Un incendio forestal que arrasa con cientos de casas en Valparaíso. Otro terremoto de menor intensidad que alerta a Tocopilla. Así es Chile. Todo el tiempo, tierra de peligro natural. La locura de una geografía tan rara. El desierto más seco, la más alta cordillera, el inmenso hielo antártico, cinco mil kilómetros del océano más frío del mundo. Su casi ridícula longitud, aferrándose a la montaña para no caer al mar. “El país que vive más cerca del cielo, porque está al lado de Argentina”, me dice un amigo… argentino.
Esta vez, el terremoto vino un día antes de inaugurar las Fiestas Patrias, la más grande de nuestras celebraciones junto con la Navidad. Ramadas, fondas, empanadas, vino tinto, chinas y huasos, anticuchos, cuecas y tonadas. Incluso, la ironía de uno de los tragos más apetecidos de la época: el terremoto, una mezcla de vino pipeño blanco, helado de piña, fernet u otro licor amargo y jugo de granadina. Hay que tomarlo en vasos de casi medio litro. Si va en vasito pequeño se le llama réplica. Así somos. Se le saca la lengua a la desgracia.
Algunas personas no resisten y mueren de la impresión. Varias personas, esta vez muy jóvenes, caen entre el derrumbe y los escombros. Son pocos pero duelen lo mismo que si fueran muchos. Casi un millón de desplazados. Todos los dispositivos de rescate creados para estas ocasiones funcionan. Luego vendrá la larga tarea de regresar a casa, reconstruir, seguir adelante.
Mañana es fiesta de nuevo. Pero esta vez, la tragedia le pone una nota de austeridad. Viene la primavera y quizá los últimos meses del año sean más benignos.
Es mi Chile.
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