Que decepción. Otra vez lo hice. Me siento miserable. Parece que no tengo voluntad para dominar lo que me perturba. Cuanto detesto lo que no debo hacer. Me aterra imaginar que otros puedan conocerme en realidad. No soportaría la vergüenza si descubren lo que pienso y lo que llego a hacer. ¿Será que nunca lograré vencer esta debilidad? ¿Por qué es tan difícil evitarlo? ¿Realmente será posible vivir transparente e íntegramente?
Lo anteriormente expresado pudiera representar lo que nuestra mente nos diría en menos 30 segundos, justo al instante cuando terminamos de hacer algo que juramos o prometidos no haríamos nunca más.
Tal vez sea tu caso o el mío. Un deseo que alimentamos cuando debimos detener. Una tentación a la cual le dimos rienda suelta. Un pensamiento que podíamos vencer pero el nos venció en un abrir y cerrar de ojos. Y al reaccionar ya es tarde, y ahora nos acusa la conciencia. ¿La conciencia? Sí. Esa vocecita que nos dice lo que ya sabíamos. Que nos recuerda lo que no debimos iniciar ni terminar. En algunos casos se manifiesta como la acción de arrepentimiento por dejarnos vencer por algo que odiamos hacer cada vez más intenso.
¿Quién no ha luchado con el deseo de algo prohibido? Desear la mujer o el hombre ajeno. El éxito y las posesiones de otro. Una lucha a muerte contra la arrolladora adicción que nos pone de rodillas ante el sexo ilícito entre casados o solteros, la pornografía, la prostitución, la trata humana, la masturbación, el narcotráfico, la marihuana, la cocaína, el ron, el cigarrillo, el robar, la mentira, la apariencia, la anorexia, la bulimia, la gula, el orgullo, la envidia, la avaricia, la ambición, el odio, el rencor, la venganza, la inseguridad, el temor, el complejo, la violencia, el maltrato y otros asuntos que podríamos mencionar.
Vivimos diariamente bajo un intenso combate mental entre lo bueno y lo malo. Cada minuto de nuestra existencia nos exponemos a la batalla entre pensar y hacer lo correctamente aceptado. Pero, ¿qué es realmente lo correcto o lo indebido? Para algunos el bien o el mal sería según el color del vidrio con que se ve. Otros afirmarían que es relativo, y que dependerá de las propias interpretaciones o creencias de cada quien.
Para lograr hacer el bien que deseamos, y dejar de abrazar el mal que no anhelamos, tenemos que humildemente reconocer que lo hicimos otra vez. No para castigarnos sino para validar y aceptar de una vez lo que Jesucristo dijo y cito: “Es nuestra propia naturaleza la que nos contamina y produce las malas intenciones” (Marcos 7:20-23).
Es una verdad incuestionable el hecho que nuestro interior produce maldad todo el tiempo, pero El nos recuerda que venzamos el mal con el bien, y nunca nos cansemos de hacerlo (Romanos 12:21). Su Señorío nos ha capacitado para levantarnos al caer, para continuar si nos hemos detenido y para empezar de nuevo si fallamos en el intento.
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