Nuestra aventura campera continúa. Después de abordar el primer vuelo que nos dejó en el aeropuerto de Panama, abordamos el segundo directo a Montevideo, Uruguay. Teníamos siete horas de vuelo, así que antes de abordar aprovechamos para comprar algo de comer. Nos dirigimos a un quiosco, en donde compramos unas empanadas y nos sentamos mirando hacia la pista de aterrizaje.

Joy inició una conversación con un joven mitad panameño, mitad puertoriqueño, que viajaba a Miami; en menos de cinco minutos le había invitado una bebida típica. Compartimos un poco acerca de lo que Panamá tiene que ofrecer y nos informó que el Papa estaba en camino y que éramos muy dichosas porque nuestro vuelo salía antes del caos de seguridad que venía.

Llegó el tiempo de abordar, y para mi sorpresa, Gilberto Daza, uno de los invitados al evento, estaba sentado en la misma fila que nosotras. Joy no lo conocía en persona así que hice las presentaciones y le pedí una entrada para los medios sociales. Gilberto sonrió y nos dijo:

–Ustedes, los medios, no descansan.

Reímos juntos y nos preparamos para un vuelo largo y lleno de expectativas.

Joy se sentó junto a Gilberto y pasó las siete horas ayudándole a mejorar su inglés, mientras que él trato de cambiar sus hábitos alimenticios (sin éxito, por supuesto).

Yo me senté junto a un odontólogo venezolano que llegaba a Uruguay con residencia para hacerlo su nuevo hogar.

–Imagínate empezar de nuevo. Con 63 años no es fácil, pero ya no aguanto la desesperanza que me rodea.

De un lado, la esperanza de vida a través de la música de Gilberto Daza. Tuve la oportunidad de decirle que su canción Tu Palabra era un herramienta muy poderosa y me dijo que lo había sido para él también porque Dios se la dio en un proceso de prueba en su vida.

Por el otro lado, mi vecino venezolano por quien elevé una oración, estaba anhelando una esperanza y una nueva vida. Yo solo conozco una manera de lograr ambas cosas y es a través de Jesús.

Aterrizamos y desfilamos a inmigración.

La fila no era larga en inmigración, pero la hora había avanzado. Llegamos a la una de la madrugada.

Casi llegando al punto de revisión le dije a Joy:

–Bienvenida a Uruguay y a tu primer viaje de cobertura internacional.

Empezó a reírse y de repente su cara cambió. Se puso pálida como un papel y muda. Le pregunté que le sucedía y gritó:

–¡Dejé el pasaporte en el asiento del avión!

Y sin más, empezó la siguiente aventura a la que llamaremos: “Rescatando el pasaporte de Joy”.

Definitivamente una aventura dentro de otra.

Uruguay, aquí llegaron las dos Johannas.

Pero una sin pasaporte…

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