Pasamos la mayoría de nuestra adolescencia en la escuela. Allí conocemos nuevos amigos, aprendemos nuevos temas, y pasamos por la fase en la cual nos convertimos de niños a adultos. Esta etapa de la vida nos trae muchas ventajas y momentos de diversión, pero también trae muchos obstáculos difíciles por toda la presión que sufrimos. También tenemos que lidiar con el estrés que trae los estudios. Hay personas que se burlan o nos critican por nuestras creencias. Y lo peor de todo es que algunas veces no sabemos qué carrera seguir o qué queremos hacer con nuestro futuro. Lo que hacemos en estos años reflejan cómo va a ser nuestra vida y las de los demás. Nosotros, como cristianos, necesitamos brillar la luz de Cristo en la escuela y hay diferentes formas de cómo puede ser posible.
Empezar el día con Dios.
A pesar de que esto no parece estar relacionado con la escuela, cómo empezamos el día determina cómo actuamos el resto del día. Si empezamos el día con una mente fresca que descansó la noche anterior y lo primero que hacemos es conectarnos con Dios, se hace más fácil servirle. Leer su palabra y medicar en ella nos dirige a aplicar lo que dice a nuestras vidas. Además de esto, el tiempo que pasamos con Dios debe ser una prioridad. Esa es la única forma que podemos crecer espiritualmente. Entonces, ¡esto debería hacerse un nuevo hábito!
Ser amable con todos.
No es difícil ser amistosos con nuestros mejores amigos, pero debemos hacer actos aleatorios de amabilidad a desconocidos en la escuela. Por ejemplo ayudando a otro cuando no entiende conceptos de una clase que tú sí entiendes; comprándoles comida cuando no tienen nada de comer o compartiendo la comida que tienes con ellos; y hablándoles con una buena actitud y tratándolos con respeto. Así le puedes hablar del amor incondicional de Dios, explicándoles que Él sacrificó para darnos la vida eterna, y de cómo Dios te usa para que ellos puedan saber de su amor.
Tener confianza en tu creencia.
Algo que me ha pasado es que algunas veces bajaba la voz cuando yo decía palabras como “Jesús”, “iglesia,” y “oración”. Actuando así era como si yo estuviera avergonzada de mis creencias. ¿Cómo iba ser posible compartir de Dios si yo ni podía decir palabras relacionadas a Él? Entonces aprendí que para compartir de Cristo necesitamos confianza. Hablar de Él no debe ser algo que se hace en voz baja, pero si debiera ser algo que compartimos con todos, confiando en nuestra fe. Jesús se aseguró de compartir de la misericordia de Dios con todo el mundo. Nosotros, especialmente yo, debemos seguir Su ejemplo.
Crear o unirte a un Club de la Biblia.
Este es un buen paso que se debe tomar. Si no conoces este tema, lo explicaré. Un Club de la Biblia es un grupo de adolescentes en la misma escuela que se reúnen frecuentemente para conversar de temas bíblicos y aprender de temas que no son fáciles. También se comparten los testimonios de los miembros del grupo para aprender de sus experiencias trayendo inspiración a otros que tienen problemas similares. Cada miembro apoya a otro y se asegura de orar por todos que son parte del grupo. Al pasar el tiempo, se desarrolla una familia con la misma meta: servir a Dios.
No dejes que tu edad te detenga.
Ya que muchos nos dicen que somos jóvenes y no podemos hacer mucho, ¡la Biblia nos señala que no es cierto! “Que nadie te menosprecie por ser joven. Al contrario, que los creyentes vean en ti un ejemplo a seguir en la manera de hablar, en la conducta, y en amor, fe y pureza.” (Timoteo 4:12) Ser joven no es una desventaja. Si nosotros que somos jóvenes podemos escoger a seguir a Cristo y no al mundo, otros podrán vernos como ejemplos.
El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido para radio cristiana CVCLAVOZ.