Nací en el mundo hace casi sesenta y seis años en La Cisterna, Santiago de Chile.

Ahí conviví con mis parientes, tuve mis primeros amigos y compañeros de colegio, jugué, reí, lloré y sufrí. Amé y aún amo los lugares donde viví hasta los veinte años. Cuando me casé, me fui a vivir a un lugar llamado Las Rejas.

Hace un rato caí en cuenta que en el primer tercio de mi vida viví entre la cisterna y las rejas y recordé que el profeta Jeremías pasó algún tiempo en la cárcel y también lo metieron en una cisterna. Una simpática ironía…

Estudié en la Universidad Técnica del Estado y por varios años desarrollé mi actividad con algunos colegas en varios emprendimientos profesionales.

Entrando en el segundo tercio de mi vida, hasta ahora, he trabajado en ministerios cristianos que me han permitido ampliar notablemente mi conocimiento del mundo.

En la práctica he estado en todos los continentes en unos 37 países y he visto distintas vestimentas, modos de hablar, comidas, bebidas, música, arte, maneras de entender la política, la economía y la gestión social.

Toda esa experiencia no ha hecho otra cosa que hacerme amar el mundo y su realidad. Y esa convicción es la que le sigue dando sentido a mi vida y a mi trabajo.

Pero, ¿no dice San Juan que no amemos al mundo, ni a las cosas que están en el mundo y que si alguno ama al mundo el amor del Padre no está en él (1 Jn.2:15-16)?

¿Cómo es esto?

Quienes siguen hace tiempo estas lecturas ya me entienden. Pero si no, valga la explicación, siempre breve e incompleta.

El “mundo” no es un lugar en el ideario del Nuevo Testamento. Lo que los autores ahí están diciendo es que el mundo es una mentalidad, una filosofía de vida que excluye, ignora o directamente odia y milita contra Dios.

Los lugares, las costumbres, la forma de hablar, los sistemas humanos que componen la amplia diversidad que Dios nos ha otorgado, todo eso es otra cosa. Es el ser de la gente. Es el mundo, en esencia.

La misma palabra neotestamentaria (toda la Biblia en realidad) me insta a amar al mundo como Dios lo amó (Juan 3:16).

Así que amo el mundo como espacio de vida y como comunidad a la que se me urge a tocar con el amor de Dios.

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