Nos enseñaron que para conmover el corazón de la gente había que decirle “Dios te ama”. Por aquellos años, encendidos de fervor, pensamos que estas palabras serían mágicas. Sería muy difícil – creíamos – que nuestros prospectos de evangelización  pudieran resistir el influjo de semejante verdad: El Dios personal de la Biblia te ama. Personalmente. A ti.

Cuando lo dijimos a la joven violada desde su infancia por su padre y su hermano mayor, a un mendigo enfermo que amanecía en la calle Philips en las mañanas de invierno,  a la madre que perdió a sus dos hijos y a su marido en un accidente causado por un conductor borracho, nos fuimos dando cuenta que no producían un efecto mágico.

La pregunta que nos imploraban responder era, en éstos y muchos otros casos: “Y por qué su amor no evitó que esto pasara?”

Nosotros, entrenados en la apologética presuposicional y sus inteligentes derivaciones, les dábamos a entender lo errado e injusto de su postura hacia nuestro Dios.

Tarde nos dimos cuenta que a veces – muchas veces – decir Dios te ama puede resultar cruel. La idea de un Dios omnipotente, omnisciente y omnipresente que permanece impasible frente al horrible destino de millones de almas no encaja en la mente sufriente.

(Tal vez recuerden que Moisés le decía a los hebreos que Dios se le había aparecido para venir a librarlos pero ellos no lo escuchaban a causa de la congoja de espíritu y de la dura servidumbre [Exodo 6:9]).

Nos apresurábamos a juzgar a aquellas personas que no respondían al amor de Dios. En su sufrimiento, pensábamos, era cuando mejor debía prosperar en ellos aquella palabra.

No entendíamos que lo que había que hacer no era decir “Dios te ama”. Había que amarlas.

Ahora, éste sí es un problema. Claro que podemos amar a la gente. Al fin y al cabo Dios las ama. Pero nosotros tenemos nuestras agendas. Nuestras prioridades. Nuestro asuntos. A veces incluso no nos alcanza para llegar a fin de mes. Tenemos familia, iglesia, ocupaciones, amistades y proyectos.

Alguien tendría que ayudar a esas personas. El Estado, las ONG´s de ayuda. Las cortes de justicia. Los hospitales públicos. Los servicios estatales para la mujer, los niños, los adultos mayores.

No. No podemos amar personalmente a la gente oprimida, angustiada, necesitada. Por eso, decirles que Dios las ama al menos aminora el tamaño del dolor.

O eso creemos.

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