Se multiplican presurosos los sueños como las células del óvulo recién fecundado. Una explosión de vida hiende los espacios de la no vida, del silencio, de la nada más inmensa.

Sí. La vida se hace de sueños, de imaginaciones, de intuiciones que vienen a la mente y que nosotros intentamos penetrar en la realidad, como cuñas de amor entre los tejidos humanos de la cultura.

Cristianos desencontrados por millones de minutos de pronto se encuentran en el hemisferio más conveniente, se dan saludos protocolares y sueltan la lengua.

Y cuando esculpen las criaturas, las variadas criaturas de sus sueños y las posicionan en el espacio preciso, estalla un mar de campanas, una manada de bisontes espirituales hace temblar la tierra dura de la tradición, para despertar a los gnomos y obligarlos a abrir los cerrojos de la vida, más abajo de las piedras y los yuyos.

¡Que se encuentren los cristianos soñadores de sueños, los que tienen visiones culturales estupendas! ¡Que vengan a desplegar sus naturalezas vivas y despojen a la muerte de su prolongado imperio!

Un grito de Ipiranga, una Toma de la Bastilla, una revolución zapatista serán pobres imitaciones de este pronunciamiento universal de los cristianos del arte que por ahora arrullan sus sueños en cuadernos y en tertulias de madrugada los derraman ante Dios.

Vengan a soltar sus sueños en una ronda esplendorosa, déjenlos correr a sus anchas por los dominios arrebatados al arlequín hediondo, al guasón maldito que se agazapa en las sombras de la imitación y de las espesas densidades de la mentira.

¡Vengan, vengan todos a arrebatar sueños, porque son suyos, ilotas de la tradición! Ustedes los soñaban en las mazmorras del aburrimiento, en las celdas de la cultura opresora y pensaban si acaso no eran sólo locuras.

No. No lo eran. Eran realidades, porque ustedes los habían concebido y sólo les faltaba darlos a luz en la maternidad de Dios, donde reside su gloriosa inspiración.

Dejad a los artistas venir a mí y no se impidáis…

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