El discurso repetido que no salva a nadie. Los anticuados argumentos reiterados hasta la náusea. El patético repaso de los libretos aprendidos de memoria. Las canciones de siempre. Las predecibles recetas sobre las cinco maneras de ser feliz. Las mismas risas estereotipadas. Esa solemnidad de utilería que ayuda a hacerse los lesos respecto de las cosas que realmente son importantes.

Las explicaciones en blanco y negro que no dan cuenta de la mayor parte de la vida que tiene tantos grises y que no cabe en sus libretitas de apuntes. Las profundas reflexiones y estudios – sacados de Internet. El inmenso universo paralelo y sus cosas importantes – importante para ellos, por supuesto.

La dramática irrelevancia. La arrogante impertinencia. La adocenada ignorancia. La explicación del mundo en cuatro frases hechas (como si fuera tan fácil la realidad). La absoluta incapacidad de acercarse a la diferencia.

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Porque ellos no se sientan a la mesa “con los impíos,” porque ellos son “más santos que tú,” porque ellos pertenecen a la raza elegida, la gente que gana el partido final; entonces tienen todo resuelto, han conjurado el shock del futuro y aún no comprenden por qué sus rostros no brillan si ya son tan puros.

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La indiferencia hacia lo otro. El desprecio hacia los emprendimientos y creaciones de los que no son de su raza. Las producciones copiadas a los otros y bautizadas con rituales y sahumerios para exorcizarlas. Las multitudinarias convocaciones privadas que no estremecen ni la vereda del frente.

El cansancio del mundo. El agotamiento de las esperanzas. La oscuridad reinante. La fe disminuida. La confianza decepcionada. Los apuros que no llevan a ninguna parte.

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No volverán las oscuras golondrinas. No hay silencio a pesar de las ausencias. La donna è mobile definitivamente. Tanto va el cántaro al agua – y todavía no se rompe. Las viejas rencillas que no mueren. Los ajustes de cuentas que llaman al insomnio. Las ganas renunciadas.

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