En la nota anterior propuse, siempre en la forma tan breve que permite el espacio, que el abandono de Dios siempre supone su reemplazo por otra fuente de autoridad y provisión; en los últimos siglos ese rol ha sido asumido por el Estado.

Los voceros del Estado no dicen: “Ahora nosotros somos Dios” pero se comportan tal cual. Y la gente no dice: “Ahora el Estado es nuestro Dios” pero actúan como si fuera. Por eso protestan si hay problemas de trabajo, salud, seguridad, educación, abastecimiento de bienes y servicios. Protestan porque el Estado debe garantizarles tales cosas.

Los creyentes cristianos afirman que la fuente de su seguridad, su paz y su bienestar es Dios; incluso hacen referencia a ciertos nombres asignados al Jehová del Antiguo Testamento: Nissi, Shalom, Jireh, Shammah, Tskidenu, Rapha, que se refieren a las características, dones y bienes que provienen de El, tales como paz, provisión, salud, protección.

Pero a la hora de las realidades los creyentes también parecen absorbidos por la creencia en el Estado-Dios. Y se suman a las protestas, reclaman sus derechos y si las cosas no andan bien buscan como todos un “salvador”, esa persona que repondrá los “principios y los valores perdidos”, que restaurará la nación a sus fuentes originales y que será baluarte de la paz y la seguridad.

No les perturban, al parecer, los costos que puede traer en el mediano y largo un “salvador” de esas características. En la seguridad de que recuperarán sus valores y los beneficios prometidos no pensarán en qué derechos y valores de otras personas serán abolidos y arrasados. Lo importante, piensan ellos, es recuperar “lo nuestro”.

Como mencioné al finalizar la nota anterior la historia nos muestra con meridiana claridad lo que ocurre cuando los cristianos hacen sociedad con el poder. Lo que suelen ganar en derechos y posición lo pierden en libertad, en humildad y en credibilidad. Casi siempre terminan siendo tanto o más arbitrarios que el poder al cual, en alianza con otros, defenestraron.

En realidad la pregunta ¿Dios o el Estado? no es una buena pregunta. Las opciones binarias casi nunca son justas. Tal vez haya que preguntarse de qué manera Dios (a través de sus hijas e hijos) y el Estado pueden operar en acuerdo y colaboración para mejorar, al menos en cantidades decentes, la vida de las personas en este mundo ancho, complejo y ajeno…

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