Imaginen una conversación en la mesa sobre homosexualidad y Biblia –permítanme la libertad de ponerlo así–. A los pocos minutos descubrimos dos puntos de vista. Uno se remite rigurosamente a textos que condenan sumariamente tal estilo de vida. El otro propone una mirada más considerada a la luz del análisis social.

Me retiro de la mesa para alejarme de una posible confrontación y pensando que aquí hay un buen tema para hoy. No sobre las orientaciones sexuales, aunque es un tema de mucha actualidad. Me refiero más bien a esta polaridad que existe cuando la conversación deriva hacia la política, el fútbol, la religión o las tendencias culturales.

Mencioné que la discusión era sobre el punto de vista de la Biblia. Y no pude menos que recordar a fariseos y saduceos. Esa gente sí que tenía diferencias de opinión ¡sobre las mismas cosas!

Los saduceos eran miembros de la clase alta, se vinculaban con el poder político, incluso con el imperio y aparentemente eran bastante deslenguados.

Los fariseos eran rigurosos observantes de la letra de la ley, provenían de las clases medias y tenían bastante distancia con el poder político.

En el lenguaje de la cultura popular unos eran progresistas y los otros conservadores. Aquéllos de la izquierda y éstos de la derecha. Tolerantes e intolerantes. Azules o colorados. Verdes o celestes. Duros o dialogantes. Y la lista continúa…

Por ejemplo, los saduceos no creían que había resurrección y los fariseos sí. Los fariseos abominaban del contacto y de la relación con el poder político del imperio y los saduceos estaban muy cercanos al mismo.

¿Se pueden imaginar las discusiones que tendrían considerando que ambos grupos sostenían que sus puntos de vista estaban respaldados por las Escrituras? Por cierto, el asunto es mucho más antiguo y no parece que las cosas vayan a cambiar en el corto plazo.

Lo triste es que cuando estas disputas se relacionan con la gestión de un país los resultados se sienten en la economía o en la convivencia social. Por eso no hay peor división que aquella de la política.

Allí se diluye toda posibilidad de una oposición responsable y constructiva. No hay esperanza de un acuerdo que, trabajando las diferencias por el bien mayor de la nación, mejore las condiciones de vida de todos.

En semejante ambiente sólo ganan los que tienen el poder y la plata.

Los demás serán finalmente consumidos por la división.

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