Las tres eras que parecían tan definidas a veces se mezclan un poco. El tiempo juega con la memoria, despinta el rastro de las últimas alegrías y estaciona un dolor recurrente en las rodillas. No era todo tan claro a fin de cuentas. Las conclusiones se debilitan con los golpes de la duda. Los recientes optimismos se disuelven en el mar de la evidencia. Para algunas cosas definitivamente es tarde.
Ciertos entusiasmos del cuerpo ya no encuentran eco y la mirada muere en el techo. Las manos hallan alguna ocupación en el libro y a veces, más tristemente, en los botones del control remoto. La mente rememora antiguas exploraciones y encuentra de tanto en tanto algunos rincones hasta ahora ignorados; pero son vetas pequeñitas, vestigios finales de la gran minería del pasado. Se halla refresco en algunos párrafos leídos pasada la medianoche, que terminan siendo un suave inductor del sueño.
En estos últimos años las grandes broncas ya no tienen que ver con los importantes acontecimientos del pasado sino con la cola del Cobro Express y el escape libre de las motos, impune destructor de la última paz que nos quedaba, herramienta homicida de una fauna que da cuenta del ocaso de la convivencia humana.
Con la vejez no es que tenés bronca, me dice una alumna; es miedo directamente. No le da vueltas al asunto, me doy cuenta. Habrá que dejar el tema de lado por un tiempo, supongo. A nadie le interesa la filosofía geriátrica. O les incomoda, me pregunto. En fin, esto no es más que un breve resumen del estado de cosas.
Habrá que poner un par de cuadros en la pared de la salita y comprar media docena de vasos y tazas. Creo que con eso será suficiente para completar el menaje necesario. La reducción de los artilugios de la vestimenta ya está casi terminada y sólo falta deshacerse de un par de zapatos y unas remeras. Otro asunto importante es borrar una enormidad archivos innecesarios y seguramente una cantidad de fotografías que no tienen nada más que decir.
Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar… Yo, para todo viaje —siempre sobre la madera de mi vagón de tercera—, voy ligero de equipaje.
(Antonio Machado)

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