Me senté en mi escritorio hecho de madera oscura y miré a la pantalla negra de mi computadora. A través de ella, vi mi reflejo. Nunca y quedaba mirándome porque siempre la encendía rápidamente para comenzar a trabajar en las tareas, pero en ese momento, hice una pausa.

No encendí la pantalla, simplemente me senté allí y me miré. Estaba sola. No estaba funcionando como mi computadora portátil, esperando que alguien encienda el botón para poder continuar con mis deberes; todos estaban ausentes.

Estaba en silencio total con solo mis pensamientos. Cada pensamiento enfatizaba mi estado de soledad: cómo no tenía a nadie con quién conversar, cómo no tenía a nadie allí para consolarme. ¿Por qué todos me habían abandonado? ¿No se detuvieron a pensar en todos los eventos que ocurrieron recientemente en mi vida? ¿No se dieron cuenta de que no estaba bien? No. Nadie pareció notarlo; excepto yo.

Supe qué le estaba pasando a la muchacha que en la pantalla. Vi más allá de esa sonrisa alegre en su rostro. Aunque todos alrededor estaban logrando sus sueños y ella estaba celebrando por ellos, también sentía tristeza. Había un miedo. Supe que a pesar de todo, ella estaba sufriendo, ya que también significaba que los había perdido. Si la miraran profundamente a sus ojos, también lo verían: el vacío. Verían que no está completamente bien. La máscara estaba demasiado gastada y ya no podía seguir con el acto.

En ese instante, las emociones que tanto luché para contener finalmente salieron triunfantes a través de mi brillante máscara y comenzaron a escapar en forma de una lágrima que descendió de mi ojo derecho. Empecé a llorar. En un instante, mi rostro cambió de un pálido marfil a un rojo, como si el sol se hubiera deleitado en quemar mi piel. Estaba sumida en la desesperación porque no había nadie para escucharme. Aparté mis ojos de la pantalla y miré hacia mi techo. Escuché mi voz temblorosa decir en un tono suave:

—¡Señor, ayúdame! Estoy cansada de estar miserable. Necesito una restauración de la esperanza de que pronto sucederá. Sé que me escuchas, tú siempre lo has hecho, por favor, responde a mi súplica.

Cuando terminé mi oración, sentí desesperación. Solo quería que mi miseria sucumbiera. Quería sentirme amada de nuevo y totalmente deseada. Fue entonces cuando lo vi: un campo lleno de trigo de lo más dorado. Era largo y me llegaba hasta la cintura. Estaba de pie en el centro del campo con el vestido bohemio más blanco que la nieve y suelto con bordados complejos que corrían justo por encima de mis tobillos. Mi cabello estaba suelto, llegaba al final de mi espalda.

En la distancia, vi un árbol alto y verde con muchas hojas. Debajo del árbol vi a un león que parecía aún más dorado que el trigo, a excepción de su melena de color negro. Empezó a dirigirse en mi dirección y no dudé en caminar hacia él. Luego ganó velocidad con sus piernas en un trote rápido. Yo también comencé a trotar porque estaba desesperada por alcanzarlo. Sentía como si siempre lo hubiera conocido. Cuando estábamos a una distancia de dos metros, nos detuvimos. Sus claros ojos marrones miraron profundamente a los míos. Sentí como si él estuviera mirando mi alma. En ese momento entendí que él podía ver lo que nadie más podía. Vio todo lo que había pasado y había una expresión de tristeza en sus ojos.

Inmediatamente me arrodillé y lloré. Esta vez no fueron lágrimas de dolor, sino de alegría. Me di cuenta de que no estaba sola, que nunca estaba sola. Alguien ya había pasado por un dolor que era mucho peor que el mío; esa persona pudo superarlo todo, así que yo también podía. Esa persona se sacrificó para darme la eternidad. Mi esperanza ahora se estaba restaurando lentamente.

Abrí los ojos y volví a mirar la pantalla de mi computadora. Me vi de manera diferente. Mi apariencia no había cambiado, pero ahora vi que lo que una vez estuvo vacío, se estaba llenando. No estaba contenta con cómo se había desarrollado todo en mi vida, pero estaba contenta con la respuesta que había recibido. No estaba llena, pero comprendí que algún día lo estaría. Las personas continuarán cometiendo errores porque no son perfectos, como yo no lo soy. Solo necesitaba aceptar eso y aferrarme a la roca que me sostendría cuando otros no pudieran.

Me sonreí, para variar, y me sentí excepcional. La sonrisa se sintió genuina, completa y desenmascarada. Encendí mi laptop y vi el logotipo azul en el centro de la pantalla. Estaba funcionando de nuevo, así como lo estaba yo.



El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.

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