“Pasaría unos días en Lisboa y luego se marcharía de aquella Europa espantosa y sanguinolenta. La imaginaba convertida en un cadáver medio descompuesto, atravesado por mil heridas. Se estremeció. El no estaba hecho para eso… Un mundo brutal, en el que habría que defenderse a dentelladas.” Estas palabras son pronunciadas por un artista francés en los días previos a la invasión alemana a París durante la Segunda Guerra Mundial y se encuentran en la novela de Irène Nemirovsky, Suite francesa.
Son palabras imaginarias por cierto; sin embargo, tienen una vigencia no sólo para el tiempo en que fueron escritas (Irène murió asesinada en el campo de exterminio de Auschwitz), sino para el tiempo presente. Reflejan el sentimiento que muchas personas tienen acerca de la progresiva destrucción de la sociedad.
Es notable que la autora haya puesto estas palabras en boca de un artista, un poco exagerado en su sensibilidad, aunque exacto en su percepción. Los artistas tienen – a veces – la particularidad de percibir el futuro antes de los filósofos, los académicos o los estudiantes. Y en el caso de la novela, esa intuición no pudo ser más exacta. Las guerras mundiales han demostrado la eficacia y la eficiencia con que la maldad humana puede ser ejecutada.
Pero cuando nos sintamos atraídos por la idea de que este es el peor tiempo de todos los tiempos y nos animemos con la idea de que el fin está cerca, conviene leer los libros que nos acercan a la realidad de las criaturas humanas en todos los tiempos. Vamos a descubrir lo mismo que el viejo Salomón: “Nunca digas: ¿Cuál es la causa de que los tiempos pasados fueron mejores que estos? Porque nunca de esto preguntarás con sabiduría.” La idea de los buenos viejos tiempos es un artificio de la nostalgia. Los tiempos son iguales, hoy con tecnología mediante, aunque nuestra memoria los reescribe según vamos envejeciendo.
El mundo de ayer, como el de hoy, tiene sus luces y sombras. Tiene sus lados oscuros y sus momentos estelares. La sabiduría aconseja, me parece, apreciar los viejos recuerdos y atesorarlos pero sin obsesionarse. Tenía un tío anciano que solía quedarse sentado en un sillón durante un largo rato en silencio con la mirada perdida; de pronto, casi en un susurro, solía decir: “Tiempos que nunca volverán…”
Aparte de Suite francesa de Iréne Nemirovsky, recomiendo leer El mundo de ayer. Memorias de un europeo, de Stefan Zweig.

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