Mi hermano menor me cuenta que ha visto algunos grafitti interesantes en el barrio donde vive. Me cita varios pero me he quedado pegado en éste: Lo poco que deseo, lo deseo poco. Suena, si se lo mira con alguna atención, como un elogio a la sobriedad y sugiero que debe haber sido escrito por una persona mayor; es difícil atribuirlo a una persona joven, porque a esa edad la vida está llena de sed y de hambre de experiencias formidables.

Con los años, como los gatos viejos, uno va economizando energías. Se aprende que no se puede hacer todo lo que se desea, especialmente por las limitaciones que el tiempo va imponiendo al cuerpo y a la mente. Ya no se lucha sólo con las dificultades que la realidad exterior suele presentar a la realización de nuestros anhelos; además tenemos esa adversidad interna que es nuestro propio esqueleto, más gastado y más frágil Así, lo poco que ya va uno deseando tiene que desearlo poco, para no desesperar.

Se suele pensar que es a causa de la sabiduría que vamos temperando nuestros anhelos y nuestras ansias, pero la verdad es que no es más que conveniencia y sentido práctico, mero instinto de conservación. Ya nos dimos cuenta que la vida nos pasa la factura por nuestros desaguisados. No se necesita mucha información más para entender que es mejor no repetirlos. Eso no es sabiduría; es pragmatismo. Mi hermano comenta que tal vez la sabiduría consista en darse cuenta de la cuestión. Lo admito, aunque no quedo convencido del todo.

Sabemos de gente que experimenta deseos inconfesables, pero el cálculo les avisa de las funestas consecuencias que les esperan si los llevan a cabo y por lo mismo no los realizan. Pero eso no es virtud. Tal vez sea por ello que más de algún pensador o artista ha dicho que hay más honestidad en ceder al deseo en lugar de reprimirlo y seguirlo deseando en secreto. Pero esta es una reflexión que no es recomendable hacer en este sitio.

Tal vez lo mejor sea aprender a desear poco… y a desearlo poco.

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