“Vamos, construyámonos una ciudad y una torre con su cúspide en el cielo, para hacernos un nombre…” Así describe cierto relato antiguo ese obsesivo deseo de los seres humanos por mirarse a sí mismos. Si se mira bien, no era un asunto geopolítico. Había aparentemente una necesidad imperativa de fijar la atención en ellos. Según el relato, la preocupación de esos personajes era evitar ser esparcidos por todo el mundo; consideraban una iniquidad el tener que salir al universo de los otros. Tal vez esa sabrosa crónica tenga otras interpretaciones pero me provoca ese hacerse un nombre por lo inmensamente contemporáneo que es el tema.

Richard Sennett describe algo parecido en la cultura moderna: “La sociedad de hoy ha movilizado las fuerzas del narcisismo que se encuentran potencialmente en todos los seres humanos mediante la intensificación del cultivo de la personalidad inmanente en las relaciones sociales hasta el punto de que esas relaciones aparecen sólo como espejos del Yo” (Narcisismo y cultura moderna. Barcelona. Editorial Kairós. 1980. Página 8).

Lo que sigue es una opinión bastante indocumentada pero sugestiva: se me hace la idea que las redes sociales resultan un símil fabulosamente fiel de aquella antigua ciudad con su torre: ese deseo de proyectarse uno mismo desde sus seguras almenas a más que saludable distancia de los compromisos y complicaciones que tienen las relaciones humanas reales. Puedo comprender lo del temor a los otros. La soledad que elijo con frecuencia me exime a veces de los problemas de ser parte de la realidad de las personas. Pero la paradoja de las redes sociales es que la gente tiene hoy la obsesión de exponerse conservando la seguridad de la distancia que provee lo virtual; entonces, volviendo al señor Sennett, esas ficticias relaciones aparecen sólo como espejos del Yo.

Hacerse un nombre. Acuartelarse a buen recaudo del universo de los otros. Tener cientos de amigas y amigos en el seductor espejismo del mundo virtual. Contemplarse en el aparente perpetuo presente de las selfies. Alvaro Cuadra expone el carácter de este nuevo narcisismo: “No se trata ya, por cierto, de mero egotismo, o amor a uno mismo; sino de un vasto fenómeno cultural con una dimensión psicológica específica” (De la ciudad letrada a la ciudad virtual, manuscrito inédito. Universidad Arcis. Santiago de Chile. 2003, página 31).

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