Los otros nos confrontan con nuestra patente humanidad. A la hora de la verdad no tenemos nada que no nos haya sido dado y no recibimos sino lo que nos corresponde. No estamos exentos de ninguna cosa. No hay escudos invisibles que nos libren del latigazo de la muerte o el silicio de la enfermedad.

Tal vez tengamos cierta reserva interior que nos asista con alguna fortaleza, pero permanecemos inermes frente a la colosal evidencia de nuestra humanidad, confinados al diminuto espacio de la finitud.

Estamos porfiadamente ligados a los otros en esta realidad y por ello deberíamos reconocer frecuentemente que les adeudamos un poco más respeto y amor del que suponemos, indiferentemente de nuestras convicciones y creencias.

Deberíamos más a menudo salir de nuestros condominios conceptuales y atisbar en otros vecindarios sin armaduras impenetrables ni prejuicios diferenciadores.

El mundo es ancho y ajeno es un aforismo en el cual habría que meditar algo más seguido; nos seduce demasiado la idea de un mundo pequeñito y de nosotros, donde todas las respuestas están dadas, todos los miedos conjurados y todas las miserias superadas.

Sin embargo, la crisis de la existencia está muy cerca para ignorarla: “Marie Girard… no comprendía absolutamente lo que había venido a hacer sobre esta tierra; vivía cada día  perdida en unas nebulosas desgarradas por algunas tercas evidencias; no creía en las penas del corazón; penas de lujo, penas de ricos (decía); las únicas desgracias verdaderas eran la miseria, el hambre, el dolor físico; la palabra felicidad no tenía el menor sentido para ella.” (Simone de Beauvoir, La plenitud de la vida).

Esta es la descripción de una mujer real en el mundo real. ¿Cuánto nos podríamos aproximar a su humanidad sin endilgarle de entrada nuestros discursos redentores y simplemente abrazarla para aliviar en parte alguna de sus “desgracias verdaderas”?

Somos más iguales que diferentes, pese a que nos narramos unos formidables cuentos acerca de nuestra singularidad. Como el viejo Honoré de Balzac que vivió toda su vida reclamando un elusivo título de nobleza, muchos se afanan en genealogías y linajes cuya única prueba es su nebulosa levedad y que les impide, tristemente, practicar la cercanía y la solidaridad que cualquier linaje que se precie de tal en verdad les demandaría…

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