Solía hacer un programa sobre temas públicos llamado Entrelíneas en una red cristiana de radios de mi país. Era un intencionado intento de reflexión sobre la actualidad política, económica y cultural con una mirada cristiana. Ni que decir tiene que la audiencia tradicional se ofendía seriamente por introducir temas seculares en una emisora pensada para creyentes. Varias veces recibí ácidos comentarios de alguna audiencia que, imposibilitada de hacer una crítica consistente a la profundidad de los temas tratados, me acusaba de usar un lenguaje “rebuscado,” de despreciar a la gente sencilla y otras especies que no es preciso detallar; algunas críticas eran realmente pintorescas y no alcanzaban en manera alguna a ofenderme.

Pero la que recuerdo siempre con mucho cariño es la de aquella señora que me llamó “ese señor pseudointelectual.” Me encantaría desarrollar todo el análisis de este calificativo porque es un retrato genial de la incapacidad de los creyentes de entender los conceptos que van más allá de su imaginario religioso. La verdad es que si era pseudo no habría habido peligro alguno y la crítica quedaba invalidada porque entonces no era intelectual. La duda que nunca pude resolver fue si la amable pero molesta auditora consideraba que si fuera efectivamente un intelectual y no un pseudo, eso hubiera validado mi espacio radial. Sospecho que no. Quería, yo creo, darle un mayor volumen a la crítica y agregó el prefijo a la palabra intelectual, condición que seguramente ya le parecía ofensiva para un medio cristiano.

Siempre he rehusado considerarme un intelectual porque esta condición define a alguien que es independiente de compromisos con la dirigencia y con los proyectos, sean políticos, religiosos o culturales; es libre de compromisos institucionales. Yo me consideraba alguien comprometido con una causa.

Pero a medida que pasa el tiempo, al darme cuenta de cuán infructuoso es el intento de hacer pensar a los dirigentes en la necesidad de hacer cambios estructurales para poder cumplir la tarea de afectar – porque ya no se ve posible transformar – al mundo, me siento cada vez más forzado a adoptar un rol crítico y disidente. No creo en todo caso que eso me convierta en un intelectual; estuve demasiado tiempo comprometido como para sentirme completamente libre.

Pero voy a seguir haciendo el intento.

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