Se viene la tormenta por el suroeste. Una calma caliente y pesada se mete por las rendijas del ser, apurando la desgana. En el corazón se instala una niebla vespertina, un tedio desolador.
Lo que iba a ser ya fue y no fue lo que pudo haber sido. La vida deviniendo acto fallido, triste dejà vu, crónica de una decepción pronosticada (uno igual creía porque la ilusión no sabe – no quiere aprender – matemática elemental). La lógica – es lógico – no tiene alas y es siempre inapelable en el juicio.
La lluvia. Su tableteo feroz en la ventana. La borrasca que devasta adentro lo mismo que afuera. El viento y sus alas que ya no alzan los sueños, apenas las hojas muertas en este otoño prematuro. La llovizna de la conciencia que no amaina jamas.
Cuarto menguante en una esquina del calendario. Residuos del ultimo temporal en el patio de atrás. La ventana empañada y el dibujo de una lágrima en el cristal. Ramitas con brotes y pelusas de los plátanos orientales en la cuneta. Mozart para estudiar. Silencio y espera. Resumen y notas al margen para disimular.
Las urgencias se convirtieron en la rutina del día. La adrenalina se diluyó en las venas y no convocó más deseos ni maremotos. La novedad vino a ser lo predecible. “Te lo dije” es la mueca burlona del insomnio.
Todas las noches y todas las mañanas los movimientos repetidos para conjurar la dependencia. Ya no tengo más el sueño en el que volaba o en el que aparecía el tío Carlos o en el que peleaba con mi papá. Ahora son unos épicas formidables que olvido instantáneamente al despertar; a veces quedan unos retazos extraños, unas borrosas imágenes y un regusto áspero en la boca.
Caminitos entre las piedras y los yuyos. Huellas por donde ha transitado el desasosiego y la esperanza. Vías dolorosas unas veces, pasajes alborozados otras. Cada tanto los destacamentos del tiempo establecen sus milimétricos controles para notificar a los viajeros que un día más es siempre un día menos.
Exasperante interregno entre lo que fue y lo que no pudo o no quiso ser…

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