¿Será en el rumor de los álamos en una tarde de verano que vendrá la señal del regreso? ¿Se hará visible a la luz de la luna en una estación de ómnibus en medio del desierto a las tres de la mañana? ¿Estará cifrada en el murmullo apagado de las pequeñas olas que mueren en la playa del pueblo lacustre de Coñaripe? Va a verse a lo mejor en la reverberación del sol entremedio de las hojas de los árboles a las cinco de la tarde.
Puede ocurrir también que se meta directamente en los huesos y haga arder la sangre y no haya más remedio que salir a la plaza levantando la voz como esos locos antiguos medio desnudos profetizando hambrunas y cautiverios o viviendo como enajenados en los cerros lanzando desde las soledades anatema contra la ingeniería del poder y sus funcionarios.
En las madrugadas el loco se despierta agitado y la oscuridad no hace más que confirmar el oficio de la angustia. Febriles imprecaciones ejecutan una danza salvaje en su cabeza. Oscuras premoniciones atormentan su juicio enrarecido por la desazón y el miedo. Palabras repetidas como un mantra desesperado intentan conjurar el reclamo de la conciencia.
Elabora complicados mecanismos de fuga y argumentos que neutralicen el señalamiento. Tal vez un sueño sin retorno, una huida sedosa y apacible hacia la nada porque no hay responsabilidades pendientes en Nunca Jamás. Un mecanismo ingenioso que desactive con indolora maestría el sentir, el saber, el pensar.
Cómo era… Ah, sí: Porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra. No hay modo de descifrar los arcanos que alivien los tiempos humanos. Ningún sistema posible va a revertir la locura de las generaciones presentes. Ningún anuncio va a estremecer las almas porque hay demasiada grosura, demasiada contingencia, demasiada complacencia. No hay linimento alguno para los desheredados del cielo y de la tierra. Es que se afanan los epónimos con sus discursos triunfantes y sus raptos estelares. Intiman a la inmensa mayoría a que no hagan caso del loco. Hay demasiados indicios que señalan los gloriosos días del triunfo y sólo hay que esperar el bien increíble que será pronto manifestado. Hay que ir dejando todo como está no más.
No tiene caso, piensa el loco. Y va buscando senderos laterales, oasis secretos, recursos paralelos para deshilvanarse y apurar el descanso.

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