“Las universidades deberían prohibir el Powerpoint. Hace que los estudiantes se vuelvan estúpidos y los profesores aburridos”. Estos duros términos, que reflejan algo más que malestar, aparecen en un artículo del periódico académico estadounidense The Conversation. Agrega su autor, Paul Ralph, que las proyecciones de Powerpoint desalientan en pensamiento complejo: sólo se usan definiciones y nociones ultra simplificadas, y cuando los estudiantes confían en ellas, dejan los libros y el consumo de tiempo que tomaría su lectura. Continúa diciendo que este recurso es tóxico para la educación por tres razones: a) desanima a los estudiantes respecto de la práctica del pensamiento complejo, b) les hace creer que un curso es un conjunto de diapositivas, y c) crea la falsa expectativa de que las diapositivas contienen todo lo necesario para aprobar un curso
Después de casi dos décadas de hablar en público tuve que aceptar el uso de presentaciones de diapositivas como recurso de apoyo. Hasta entonces usé la antigua pizarra y la tiza y luego la pizarra blanca y los marcadores – siempre clásico. Pero me decían que los tiempos exigían alternar las conferencias con recursos que “mantuvieran la atención de la audiencia y no se aburriera”. Transé a regañadientes pero con la condición de que la usaría solamente para marcar los puntos del bosquejo. Nada de dibujitos, inserciones de audio ni cuentas de colores. Siempre consideré esos recursos una falta de respeto al pensamiento abstracto y a la inteligencia crítica.
La generación actual está obsesionada con el entretenimiento, con la novedad exacerbada y el vértigo del video clip. Necesita continuas inyecciones de color, sonido y velocidad del mismo modo que un adicto necesita la droga para mantenerse high. Esa mentalidad se ha trasladado a la academia y a las conferencias. Y como en todas las demás cosas que hacen a la cultura pop, me niego a enrolarme en la tendencia.
No sé si diría algo tan duro como el artículo citado – que los estudiantes se vuelven estúpidos – pero mi juicio se acerca bastante. Milenios de cultura fueron posibles sin ninguna de esas tretas indulgentes. Por lo mismo, no estoy dispuesto a ceder. Si alguien quiere asistir a mis conferencias se tendrá que contentar con mis escuálidos bosquejos en la pantalla y escuchar mis palabras. Si se aburren, se pueden retirar nada más, eso me hace cero problema. El pensamiento abstracto y la inteligencia crítica no necesitan hacer striptease para interesar a una audiencia excitada de imágenes y sonidos.

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